domingo, 11 de noviembre de 2012

Por qué ya no escucho música

Advertencia: este artículo habla de actos delictivos, e incluso los promueve, así que se ruega a cualquier agente del orden que por favor se abstenga de seguir leyendo. Fotos: De la Vega.


Al principio era el sonido. Después llegó el disco, más tarde la cassette. Yo me crié en la época de esplendor de la cassette. Nuestra condena era a la vez nuestra bendición. No es que quiera defender la romántica postura de que todo tiempo pasado fue mejor, de hecho, detesto esa posición, pero he de ser fiel a la verdad, a MI verdad. Cuando empecé a escuchar música moderna, con unos catorce años, si querías conseguir música sólo te quedaban dos posibilidades: comprarte el disco o la cassette original, algo prácticamente imposible con el presupuesto del que disponías, o conseguir a alguien que te lo grabara en cinta. Así, nos pasábamos listas con los discos de que disponíamos y nos los grabábamos en cinta unos a otros. La simple escasez nos hacía valorar más lo que teníamos. Escuchábamos un disco o cinta hasta la saciedad, nos fijábamos hasta en la última nota.


Con la llegada de las nuevas tecnologías la situación cambió. Un amigo me habló de emule y de soulseek. La posibilidad de conseguir música sin pagar ¡me parecía jauja!: millones de álbumes a mi disposición sin pagar ni un duro. En cuanto conseguí un ordenador y aprendí a usar estos programas se me planteó la pregunta de qué descargarme. Lo que hice fue bajarme esos discos que no me interesaban tanto, que nunca me compraría, pero que sí me causaban curiosidad. El siguiente paso fue completar discografías de artistas que me interesaban y, ante la duda, alguien me recomendó que me bajara la discografía completa de tal o cual artista, total, se tardaba poco más y ya puestos…


Así llené un disco duro externo entero de música. Ante este hecho se me planteaban dos posibilidades: comprarme otro disco duro o bien escuchar toda la música que tenía en el primero, seleccionar la que me gustaba y pasarla a CD, a la vez que borrar la que no me gustaba para dejar más espacio. Empecé con bastante ímpetu pero al cabo de unos días me aburrí. Ahora esto me recuerda al proyecto que tuve cuando tenía unos catorce años de escuchar todos los discos que tenía mi padre en casa (él nunca fue muy melómano, pero, como era periodista, se los regalaban) y seleccionar los que me gustaban: la tarea era tan ardua que también sucumbí al cabo de un par de días y de unos diez discos escuchados.


En resumen, que el disco duro aún lo tengo lleno y me da pereza hasta mirar para él. Conclusión: me he saturado y la saturación puede ser una peor condena que la carencia. Y precisamente a eso voy: hoy en día los chavales están saturados de información. Tienen todo gratis, pero no saben qué bajarse porque les falta un mínimo de cultura. ¿Por dónde empezar a buscar? Si se bajan algo, es el típico disco de moda, incluso antes de que salga en las tiendas. Es verdad que hay algunos jóvenes que saben muchísimo más de lo que sabíamos cualquiera de nosotros a su edad, porque tienen medios para conseguir mucha más información (la cara y la cruz de internet), pero la gran mayoría son absolutamente incultos.


Y que conste que esto no lo digo como una crítica a las nuevas tecnologías ni como una justificación de las teorías de los que están en contra de las descargas porque no crean riqueza. Todo lo contrario, estoy totalmente a favor de compartir.


Luego hay un segundo factor y es que, al contrario que otros medios de cultura popular como pueden ser el cine o el cómic, que no están 100% copados por la cultura anglosajona y en los cuales te puedes enterar, más o menos, de lo que se cuece en determinado país asistiendo a festivales especializados, etc., la música pop está totalmente dominada por la música en inglés y, más concretamente, por la norteamericana y un tipo de música británica que en realidad no es más que una adaptación de la estadounidense. La música procedente de Brasil, que quizá fuera el tercer país en este sentido, está a años luz comercialmente, por no hablar de en la mentalidad de algunos supuestos "modernos", para los cuales hablar de esta música ya la consideran inapropiadamente “salsa” y la meten en el cajón de la música sudamericana, que consideran para bailar y para “horteras”.


Además, pasa otra cosa. A mí siempre me ha gustado la música pop o, mejor dicho, popular. Normalmente la gente cuando se hace mayor, pasa de la música pop al jazz, la clásica o la new age. El jazz sí me encanta, pero en cuanto a la música clásica me aburre y la new age, mucho más.


Se da otra circunstancia. Yo siempre he sido más auditivo que visual o mental-abstracto. Recuerdo miles de veces decir "voy a leer un libro" y mientras escucho música, con lo cual mi cerebro se centraba en la música y cuando me daba cuenta, había leído la misma página veinte veces y no me había enterado: tenía que volver a empezar. Hoy en día le he cogido el gustillo a la lectura y al cine y prefiero no descentrarme con la música. El año pasado iba a trabajar en mi coche y esos 30 minutillos eran los que dedicaba a escuchar música, pero este año voy en transporte público.


Siempre he tenido un gusto muy peculiar. Siempre he ido a mi bola y he pasado de modas. Cuando pinchaba en una fiesta para mis amigos, si estaba inspirado, me felicitaban, aunque también me han dicho muchas veces que ponía música para mí, no para el público. ¡Pues claro!


Cuando, tiempo después, me fui a vivir a Londres, por cosas de la vida, acabé bastante metido en el mundillo local de la música punk-rock, incluso hice de conductor para una mini-gira británica del grupo The Ulcers. Cuando vivía en Stoke Newington, un barrio muy trendy y muy rockero, junto con un amigo se nos ocurrió que podíamos buscarnos la vidilla como pinchadiscos. Estaba convencido de que, una vez que se me diera la oportunidad, la gente caería rendida a mis pies dado mi buen gusto. ¡Inocente de mí! Llegué a pinchar dos veces en el mítico Ryan's Bar de Stoke Newington Church Street. Una de ellas fue en fin de año: aquel fin de año fue, sin duda, uno de los momentos álgidos de mi vida. Por supuesto, no cobré. Y esto fue lo que me hizo dejar de pinchar. Me recordaba a mis tiempos en el diario El Progreso (otro día hablaré de este particular con más detalle). Yo estaba haciendo el trabajo sucio para que otra persona, si bien no creo que se forrase, sí se sacaría unas perrillas.


Por otro lado, aunque fui muy felicitado en mi breve trayectoria como pinchadiscos, me di cuenta de que la mayor parte de la gente, ni prestaba atención a la música ni mucho menos se fijaba en las sutiles transiciones de estilo o lo que fuese que tratábamos de hacer. Por encima, en seguida corrías el riesgo de salirte del estilo que era aceptado en esa especie de secta (por supuesto, todo aquello que no fuera anglosajón o cantado en inglés, estaba completamente descartado). Como decía antes: es la dictadura de lo joven y de lo anglosajón (en otros ámbitos como el cine, la literatura, también existe una cierta tendencia a seguir lo que nos viene del imperio, pero no tanto como en la música: sabemos de directores iraníes y de escritores indios, por ejemplo). En aquellos momentos me cansé un poco de esa esclavitud de la masa y me di cuenta de lo difícil que es que la gente, que tiene cosas más importantes en las que pensar, se pare a escuchar lo que tienes que ofrecer. Me desencanté de la música.


Por todas estas razones, YA NO ESCUCHO MÚSICA.

3 comentarios:

  1. Como diría mi admirado Eloy Fernández Porta, soy afterpop.

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  2. Hola:

    Entre tanto topicazo demoledor sobre música (que demuelen lo que de interesante tiene la música), me ha alegrado encontrar una vivencia honesta.

    Gracias.

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  3. Yo fui educado (me refiero a la educación primaria) en la redacción de pequeños artículos compuestos con información recogida de distintas fuentes. Y la educación universitaria más fructífera consistió en contrastar ejemplos de distintos autores y épocas. Y eso mismo hago hoy en día en Wikipedia y en mi blog, sin importarme la opinión de nadie, aunque claro que me gusta que me lean.

    Respecto a la música, soy oyente de música clásica de siempre (la popular me entristece), pero paso largas épocas en completo silencio... Aunque después disfruto una audición con auténtica fruición. Somos la música y yo.

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