El siguiente relato, de influencia becqueriana y poeiana, es el primero y hasta momento único que he escrito (exceptuando un par que hice durante mi etapa universitaria que debe andar por alguna caja en el desván del hogar paterno y que me encantaría recuperar). Lo presenté a un concurso sobre el tema del beso organizado por una marca de vino y quedé de finalista. ¡No está mal para ser el primero que escribo! La versión que presento aquí está un poco más pulida que la que presenté al concurso y se publicó en este e-book, gracias a las observaciones de gente como Enrique Sánchez, que hizo de corrector de pruebas y al que agradezco su ayuda desde aquí.
Hacía frío
Hacía
frío en la estancia donde se encontraba su lecho. No me podía creer que realmente
estuviera ahí… ella… la que siempre había amado, desde que ambos éramos niños.
Ahora no me diría que no. Temblando de nervios y anticipación, me acerqué. Mi corazón
latía con la potencia de mil tambores. Retiré la sábana que cubría su rostro.
Estaba más bella que nunca bajo la luz de la luna…
Sus
dorados cabellos resplandecían cual ondulados campos de trigo. Su leve sonrisa
me animó a acercarme más. Lenta y dulcemente aproximé mis labios a los suyos,
contemplando esos dientes perfectos como perlas y esa boca que tanto tiempo había
ansiado.
Y
entonces el momento mágico se produjo: le di el más tierno beso que nunca he
dado a mujer alguna. Millones de sensaciones se agolparon en mi cabeza: no me
podía creer que por fin tuviera mi boca en la suya… Por un instante, sentí que
mi vida había valido la pena.
Con los
nervios aún a flor de piel, cerré la tapa del sarcófago y abandoné el panteón,
dispuesto a volver a mi casa.
Muy bueno el giro final!
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