martes, 13 de noviembre de 2012

Entrevista con Ramón Boldú

La siguiente entrevista, con el genial historietista Ramón Boldú, especialista en cómics autobiográficos, fue realizada hace cerca de nueve meses, pero mi proverbial pereza me ha impedido trascribir los poco más de 45 minutos de conversación que tuvimos hasta ahora. Los fans de Boldú ya sabrán que se trata de un tipo con un montón de historias y con el que uno se lo pasa bomba. Espero que esto se refleje un poco en las siguientes líneas. Su forma de hablar difiere mucho de su forma de expresarse en cómics, tan directa, tan al grano: las digresiones, rodeos y la repetición abundan en su oratoria, por lo que he cambiado un poco de orden algunos pasajes de la entrevista que mantuvimos. Espero que les guste.

"No me importa ir por la vida de inocente"


―El primer problema al que me enfrento al hacerte la entrevista es que he leído muchas entrevistas en Internet, que están muy bien, son muy profundas, y ahí cuentas todo lo que te quería preguntar. Por ello, me gustaría enfocar esta entrevistas hacia preguntas más personales. Empecemos: aunque no eres una persona muy famosa tienes unos seguidores muy fieles, yo entre ellos. En el pasado he tratado de pasarles tus libros a amigos aficionados a los cómics y no les han gustado. Quiero decir que dentro del ya minoritario mundo de la historieta, tu trabajo es aun más minoritario.

―Sí, por ejemplo, me han hecho una entrevista en el Mondo Brutto de 15 o 16 páginas, con preguntas muy profundas. Y tienes razón que mis cómics o te gustan o los odias, no hay término medio. Te voy a dar un par de ejemplos: uno de mis hijos, el menor, que tiene ya 26 años, espera con ansia la salida de mi próximo libro, pues tanto él como sus amigos flipan con mis historias; en cambio a mi otro hijo, el de 32 años, le di mi libro Sexo, amor y pistachos, pues en él se narra cómo él me acompaña a ayudar a rodar una película porno para Private (esto nos ocurrió hace unos diez año) y desde que salió, hace un año y medio, lleva leídas doce páginas. ¡Y eso que él es el protagonista!


―¡Ni que fuera el Quijote! Mira que tus cómics se leen rápido.

―Sí, porque quieres saber qué va a pasar luego. Pero yo tampoco tengo en cuenta esto. Yo hago realmente lo que me gusta y a mi ritmo. Por ejemplo, Bohemio pero abstemio quedó más denso de texto, porque antes trabajaba de otra manera: no tenía un planning de página. Iba dibujando como quien escribe un relato y, si al final de la página quería acabar de una determinada manera, hacía el dibujo más pequeñito para que me cupiera lo que quería poner.

―Tus últimos cómics están más planificados.

―Sí, porque por primera vez hago cómics enteros. Antes se iban publicando por capítulos, que, por ejemplo, debían de ser de ocho páginas y al final te decían: “¡Oye, este mes, cinco!” y yo tenía que apretarlo todo porque quería contar tal historia. Es que además hay otra cosa: resulta que hay gente que me ha dicho de mis cómics “Es que hay mucho texto”. Y es que cuando uno va a leer un cómic tiene una idea de que va a ser algo que no le va a costar mucho leer, que va a haber muchas imágenes, que va a ser una cosa rápida, que no va a tener que romperse el coco…


―Pero también están Ivà y esta gente que es todo texto y luego unos muñequitos muy pequeñitos.

―Sí, y, al igual que en mi caso, también tenía muchos detractores y, al mismo tiempo, gente muy fan. Total, que cuando me dicen “Es que hay mucho texto”, les respondo: “Es que esto es un libro, no una película”. Te podré un ejemplo, es como el que va a un cine con la intención de ver una película. Imagínate que se sienta y en la pantalla le empezaran a poner el texto de un libro de puta madre, Dostoyevski o el que sea, escrito en la pantalla, en plan moviéndose el texto como el inicio de Star Wars y así toda la peli, y resulta que te dicen: "vaya mierda de peli". “Hostias, ¿no te gusta? Si es un texto buenísimo”, pero la gente desea ver lo que ya está predispuesto a ver, o cree que va a ver. Es como la película The Artist, que es en blanco y negro y muda y está muy bien, pero hay gente a la que le frena porque dice: “¡Una hora y media, en blanco y negro y muda! ¡Joder, qué rollo!”. También hay gente que me ha dicho que al principio mis cómics les parecen muy densos, pero luego se meten y se enganchan. Yo en mis historietas hablo de cosas normales y las cuento como si se las contara a un amigo. Hay cineastas que dicen que narrar cosas normales de gente normal no vale la pena y que narrar cosas super-extraordinarias de gente super-extraordinaria es tan abstracto que tampoco, así que ha de ser o de gente normal a la que le pasan cosas raras o gente extraordinaria que vive una vida normal. Por eso miro de contar las cosas más raras que me han pasado, partiendo de la base de que yo soy un tipo dentro de lo normal, más o menos. También cuento historias de la gente que me he encontrado por el camino y me he dicho “¡Hostia, qué raro es este tío! ¡Esto lo tengo que contar!”. Además, mis cómics tienen el interés añadido de que no son historias inventadas, aquello ha pasado de verdad.

―Precisamente por ahí iba mi siguiente pregunta: ¿cómo haces para meterte siempre en los líos en los que te metes? ¿Atraes los problemas?

―Mi mentalidad es quizás un poco gilipollas, porque luego digo: “¡Hostias! ¿Cómo te has metido en esto? ¿Cómo te has metido en lo otro?”. Aparte, no me importa ir por la vida un poco de inocente: “pues no pasa nada, bueno, y si me pasa esto ya saldré por aquí, saldré por allá”. Yo tomo la vida con los brazos abiertos y… lo que venga. Si lo piensas, también a finales del siglo XIX la gente se escandalizaba por cosas que hoy día no nos llamarían la atención, como Oscar Wilde, que lo encarcelaron y lo destrozaron por ser gay, que hoy en día es lo más normal. A mí me dicen “¡Jo! ¡Qué cachondeo!”, pero igual dentro de 50 años les parecerá normal. Yo no tengo miedo a lo que pase en la vida. También es que he tenido la casualidad de que todo me ha ido saliendo. Es como llegar a fin de mes, no me preocupo mucho por eso.


―Cuéntame una anécdota de algo que te haya pasado tan bestia que no hayas podido publicar en ninguno de tus cómics.

―Yo tengo un truco: a veces, para no quedar antipático, hago lo contrario: antes de contar algo de alguien que vaya a quedar muy mal, cuento algo de mí que quedo peor que el otro. Utilizo este truco porque cuando escribes un libro es como si ahora en este bar de repente todo el mundo se calla y tú empiezas a hablar, hablar, hablar... puedes resultar super-pesado, sin que nadie pueda meter baza. Si al que te lee, le das a entender que estás con él, no resultas tan antipático. En cuanto a lo que me pides, no sé, es que todo lo que me pasa lo voy contando. Ahora mismo estoy haciendo un libro nuevo que igual saldrá dentro de un par de años. Tendrá más de 300 páginas y hablo de la guerra, de mis antepasados… y también de detalles, de coñas, de cosas que me han pasado, de que me metí a trabajar en la tele y que había un tío en la tele que quería poner un club de estos de intercambio y me dijo si quería diseñar el club y me metí en un berenjenal, tío… Otra historia que no he contado es de cuando conocí al Vázquez. Primero hubo un poco de mal rollo con él pero luego nos hicimos grandes amigos. Yo dirigía la revista semanal Barragán, que duró unos seis meses, y él vino y dijo que quería llevar la revista. A mí me gustaba mucho su trabajo, pero yo, con la fama de informal que tenía Vázquez, no quería dejarle. Entonces hablé con Borrallo, que llevaba el Makoki, donde también constaba como director Vázquez y le pregunté: “¿Qué opinas de que Vázquez sea el director de la revista?” y me dijo: “Él sólo figura, pero no hace nada, ni se presenta por aquí”. Y yo pensé: “Si tenemos que hacer una revista semanal en este plan…”. Él se enteró de que había hablado con Borrallo y se cogió un cabreo...: “Así que estás investigando sobre mí…” y yo le dije “Es que esta revista sale cada semana y en el plan que te veo no va a salir ni cada dos meses”. Él dijo de ir a discutirlo al bar, fuimos al bar y ahí mismo nos hicimos amigos. Vio que yo no era un trepa, sólo que quería que saliera la revista y él empezó a inventar personajes para la revista, ¡uf!… el tío, de coña. Le hacíamos hacer las portadas y dos páginas de actualidad que por narices tenía que dibujar, porque si no, nos daba cómics antiguos. Lo hacía de coña. Luego, en cuanto la revista Barragán se acabó, Vázquez me llamó para hacer una revista que se iba a llamar Cultura X. Nos pusimos manos a la obra, yo la diseñaba, dibujaba... la hacíamos entre los dos y Vázquez iba en hacer Anacleto y las Hermanas Gilda en plan erótico. Fui a comer a su casa un viernes, con su hijo menor y su compañera y, después de tomar no recuerdo qué en un bar, allá por el Paralelo, acabamos la noche diciéndonos lo maravillosos que éramos (el uno del otro) y quedamos el miércoles siguiente para seguir con la revista. Ya teníamos quién ponia la pasta para editarla y todo, yo no los conocía pero creo que Vázquez había contactado con unos mafiosos de Marbella. Llegó el miércoles y estaba yo en mi casa en plan “no me llama, no me llama” y resulta que Vázquez se había muerto. Bueno, todo eso es el final real de Vázquez, creo que en la peli que han hecho de su vida acaba de otra manera.

―Sé que te han llovido las denuncias por tus cómics autobiográficos. En mi opinión, esto se debe a que hay gente hoy supuestamente respetable a la que le jode que muestres cómo eran antes, como por ejemplo Asensio, del que publicas cómo creó su imperio mediático en la transición a través de la revista de contactos Lib.

―Sí, una vez un asesor de la Generalitat me pidió cuatro millones de pelas de la época, porque, aunque le había cambiado el nombre, decía que se reconocía allí, por los hechos. Al final, por el pleito, se enteró aún más gente, porque salió en La Vanguardia y tal. Y luego hay gente que lo hace para sacar pasta, porque unas enfermeras de la clínica Quirón me pusieron una querella y antes de la vista, que me tuve que pagar yo el abogado y todo, me dijeron que en realidad la viñeta les había hecho gracia, lo que pasa es que el abogado les había dicho que pleitearan por tratar de sacar pasta… y luego, en el juicio, las tías llorando. ¡Qué putas! ¡Qué cabronas! Y yo alegué que no tenía ni un duro. Al final se lo sacaron al director de la revista, que era uno que se llamaba Peiró, que de hecho no le sacaron a él el dinero, porque se había separado de su esposa y había unos terrenos que se los había quedado la ex esposa y al final le quitaron los terrenos a la ex para pagarles a las enfermeras de la Quirón, tío, mira las vueltas que da el mundo. Hay muchos amigos míos de antes que no me han llegado a poner querellas, pero se me han quejado. Por ejemplo, un día nos juntamos unos amigos de antes y uno de ellos, que era un ligón de la hostia, que iba detrás de las tías como loco, y hoy es un tío super-respetable en Cerdanyola, se quejó porque le había puesto en un cómic y el tipo resulta que va al banco, todo serio, y el director del banco se empieza a escojonar de él, y el tío se queda super-trabado, todo avergonzado. Eso es lo que les jode.


―Ahora que hablamos de los tiempos de la transición. ¿No echas de menos esa época, que tú tan bien reflejas en tus novelas gráficas, en la que España, después de estar 40 años reprimida con el franquismo, como si fuera una olla a presión, de repente saltó y había un montón de creatividad, el destape, la movida…? ¿No echas de menos eso en una época tan opusiana, tan derechosa como la actual?

―Bueno, es que aquello fue ficticio, se nos subió la libertad a la cabeza. Visto ahora con perspectiva era en plan un poco hortera. Siempre que encuentro a amistades de aquella época, que uno trabaja en un banco, otro en la editorial Planeta… coincidimos en que era una época que no se puede repetir y en lo bien que nos lo pasábamos, era como ir de fiesta todo el día. Era como un estafador que llevaba en la cárcel mucho tiempo y de pronto sale, pero tiene todo el dinero guardado. Entonces se nos fue un poco la olla. Hay historias rocambolescas pero que entonces eran normales. Y ahora dices: “era un poco falso”, porque la gente con la que te relacionabas igual buscaba otra cosa, había mucha mezcla... Unos lo hacían para sentir la libertad, y otros se aprovechaban y se decían libres aunque eran más retrógados que el copón, que de esos ha habido siempre. Después de un boom siempre todo vuelve a regularizarse y la derecha siempre aprovecha cualquier momento para echar tierra sobre la gente, digamos, normal. Yo, por ejemplo, veo que mis hijos son mucho más retrógrados que yo. Cuando le preguntan por mí dicen “que haga lo que quiera” y ellos viven muy a lo clásico. Antes eran los padres los retrógrados, ahora es al revés: “Hostia, los padres, ¡qué locos!”. Pero encuentro aquello como bien vivido. Es una riqueza interior que tengo haber vivido aquello y cuando creo cómics me gusta analizar todas esas situaciones, desde la distancia. Ahora el cómic que estoy haciendo es como un diario. Estoy mezclando la actual con historias de la guerra de mis abuelos y cómo me han afectado a mí… Resulta que mi suegra está en el hospital y a veces tengo que ir a cuidarla y cuando voy me llevo todos los bártulos de dibujar y el otro día me preparo para dibujar el cómic y tenía programado todo lo que tenía que dibujar, pero el señor de la cama de al lado de mi suegra llevaba una mascarilla, llega un cura, y de golpe le sale una mancha de sangre al tío en el pecho, se estaba muriendo desangrado… y todo esto decidí dibujarlo en el propio cómic, en directo, es como un diario de lo que está pasando. Se pueden sacar las historias de debajo de las piedras, si las desmenuzas bien. Si te fijas bien en este bar o en cualquier sitio, hay historias alucinantes. Luego has de tener muy en cuenta los diálogos. Yo en mis cómics cambio la realidad, porque yo no puedo recordar exactamente un diálogo de hace veinte años, me acuerdo de lo general, del carácter de tal persona, pero el diálogo lo cambio, a veces junto dos personas para hacer un personaje más fuerte… para mantener el espíritu de lo que quiero contar.

"Sexo, amor y pistachos", de momento la última novela gráfica de Boldú

―Hace poco más de un año vi en El Jueves un resumen de tu libro Sexo, amor y pistachos. Me sorprendió porque nunca había visto nada tuyo ahí

―Bueno, yo había trabajado en El Jueves al principio, en los años 79-81 y luego se fueron de la editorial Z, se lo quedaron ellos y se lo hicieron entre cuatro y todo el mundo fuera. Además cuando me publicaban en El Jueves, esta revista pertenecía a Z, y hubo una huelga. A mí me llamó Asensio y me dijo que si yo no iba a la huelga mucha gente no iría, pues yo era de los más antiguos de la editorial. Yo le dije que haría lo que decidiera la mayoría, que era un trabajador más, y ni siquiera era del comité ni nada. Me dijo que me lo sabrían agradecer si no iba a la huelga. En fin, hice huelga como todo dios, menos los esquiroles y me lo agradeció Asensio mandando una circular a todas las revistas de la editorial diciendo que prohibía que me publicasen nada, entre ellas en El Jueves. Treinta años despues de aquello, hace unos meses, los de El Jueves me pidieron si quería hacer un resumen del libro (de ciento y pico páginas) en tres páginas o cuatro y se lo hice. Luego me han pedido alguna cosa más, pero la verdad es que no lo he hecho todavía porque estoy trabajando en un libro sobre el poeta Miguel Hernández. Bueno, sí han publicado tres páginas sobre una historia real que hice de Tita Cervera, y alguna cosa más. Un día, que descansé de lo de Miguel Hernández, les envié a El Jueves, ya que me pedían que les enviara más cosas de tres páginas, un guión de tres páginas sobre el rey, su familia y mi propia familia, ya que ha habido algún que otro encuentro entre ambas familias a lo largo del tiempo aunque te parezca increíble, bastante cachondo, pero me dijeron que no les había hecho gracia; dos semanas después salieron en El Jueves tres páginas del Kim con su historia de cuando vio al rey cuando le entregaron el premio nacional de cómic. La historia de Kim quizá si es mas interesante y cachonda, al final acaba que a Kim se le rompen los pantalones. A parte de lo de Miguel Hernández también estaba haciendo el otro libro que te comentaba, pero lo de El Jueves... cuando necesitas pasta te dices “me tengo que centrar” y enviarles algo.

―Háblanos de este proyecto sobre Miguel Hernández, que tiene de especial que va a ser la primera vez que vas a trabajar con un guionista.

―Esto nació porque contactó conmigo el guionista, Ramón Pereira, que quería hacer el cómic con 30 dibujantes. Resulta que presentó el proyecto a la editorial Glénat y ahí dijeron que les interesaba si lo dibujaba yo todo. Yo siempre trabajo con mis propios guiones, porque si trabajara con un guionista discutiría mucho con él, pero resulta que a mí Miguel Hernández, desde los años setenta, en que lo descubrí por casualidad al comprarme una reedición de El rayo que no cesa, que me encanta. Por aquella época estaba yo de director de arte de la revista erótica Lib, mi vida, como la de cualquiera, está llena de matices. La mia no era sólo trabajar entre chicas en pelotas y al descubrir la poesia de Miguel Hernández me quedé flipado por él, ya que no sólo de tetas vive el hombre. Miguel Hernández es un alma pura. Si Glénat me hubiera propuesto otro autor no hubiese aceptado (salvo quizá Dostoyevski). Yo había aceptado porque pensaba que se trataba de tres páginas, y en realidad tiene más de cien. He aparcado mi autobiografía un tiempo porque ahora estoy de lleno en lo de Miguel Hernández y se presentará ante el gran público el 28 de marzo del 2013, precisamente el día que se cumplirán 71 años de su muerte. El guionista me deja mucha libertad. Él es poeta. Originalmente, era todo muy poético y ya sabemos que mi tipo de cómics es de diálogo y tal, entonces entre los dos fuimos buscando diálogos en plan: “¿Cómo sería cuando estaba con las cabras? ¿Qué diálogos podía haber?” y nos los inventamos en función de cómo vivió él, cómo se sentiría…


―¿Cómo es un día normal para ti?

―Pues mira, estoy muy centrado en el cómic. Mi mente siempre está en el cómic. Mi esposa lo sabe y mis ex lo sabían, porque ya me habían conocido así. Tenía follones con mi primera mujer, porque yo era programador de ordenadores y me pasé a trabajar para la editorial Z de dibujante, ganando menos, sin estar asegurado ni nada, porque me gustaba esto y teníamos una hija pequeña, pero luego como ya siempre he estado en revistas… Ahora, como hace dos años me casé por tercera vez, vivo con mi mujer y su madre, que tiene 88 años. Mi padre, que también tiene 88 años, está en un geriátrico en Lérida. Mi vida es levantarme por la mañana, mi esposa se va a trabajar porque es funcionaria, abro el ordenador, programo más o menos las viñetas que voy a hacer o hablo con el guionista y luego me meto en la cocina, pongo el lavavajillas, cuelgo la ropa, doy el almuerzo a la madre de mi esposa, almuerzo, miro las noticias, voy a comprar el pan, saco a los perros y sobre las diez y media me siento a dibujar hasta la 13:30-13:45. Mi esposa ha dejado la comida medio hecha, la caliento, sirvo la comida a mi suegra y al hijo de mi esposa, pongo el lavavajillas y mientras comen, continúo dibujando, a las tres saco a los perros, voy a buscar a mi esposa, que viene en el autobús y luego comemos nosotros dos. A las cuatro y media me echo media hora y dibujo hasta las nueve y media, mi esposa ya ha hecho algo de cena y la comida del día siguiente, veo alguna serie en la tele, leo algo de cómics o un libro, miro el correo, me voy a dormir y a las siete del día siguiente me despierto de nuevo.

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