lunes, 5 de agosto de 2013

Entrevista con Eloy Fernández Porta

Eloy Fernández Porta es, con Beatriz Preciado y Román Gubern, uno de mis ensayistas favoritos. Con su estilo, a la vez serio, documentado e irónico, es un escritor que no se toma demasiado en serio la literatura ni a sí mismo, cosa de agradecer. Recientemente le hice esta entrevista en Madrid, adonde vino para participar con Agustín Fernández Mallo en el Mulafest. En ella, hablamos sobre sus libros y las últimas tendencias de la industria y los consumidores culturales.

"Estamos en un momento de 'ya no' pero 'no todavía'"


¿Es a mí? Foto: De la Vega

Lo que más me gusta de tus libros es que tu prosa se adapta muy bien al tema del que estás hablando. Así, por ejemplo, Afterpop está escrito en lenguaje afterpop, al igual que el Verbalia de Màrius Serra está escrito en verbálico. ¿Cómo logras esto?

Me resulta interesante esta comparación que haces, porque el trabajo de Màrius Serra me interesa mucho. De hecho, he escrito sobre sus relatos en catalán, que no están traducidos al español y que son una versión evolucionada del grupo francés Oulipo; él es miembro de la división italiana del grupo, los Oplepo. En esos relatos hay algunas técnicas de escritura interesantísimas. Por ejemplo, tiene un cuento sobre el incendio del Liceo de Barcelona escrito en forma de constricción, siguiendo un patrón musical. Y luego tiene otro en la que la vida de un personaje está narrada de atrás adelante, empezando con la muerte y terminando con el nacimiento y, en particular, Verbalia, es un texto clave porque es uno de los grandes manuales de retórica innovadora que se han escrito recientemente, que además combina muy bien distintas tradiciones, que lo mismo cita casos de literatura experimental catalana que ejemplos de Julián Ríos, que es un autor sobre el que también he trabajado. En cuanto al estilo de mis ensayos, cada uno de ellos tiene una base de investigación académica o cuasi-académica, como se puede ver en las bibliografías, como ocurre en publicaciones propiamente académicas como las de las editoriales Trotta o Katz. Lo que ocurre es que yo publico en la colección Argumentos, que abre un espacio para el ensayo creativo. Cuando el libro Deseo de ser piel roja de Miguel Morey ganó el premio Anagrama de ensayo, Jorge Herralde dijo que también podía haber ganado el Herralde de novela. Ese es el espíritu de la colección, o al menos el epítome de la colección, lo transversal. Para precisar un poco más, te diría que mis textos suelen tener una primera versión un poco más técnica, un poco más informativa, que se podría publicar en una revista académica, y que la parte literaria es el resultado de sucesivas reescrituras. A los textos les doy muchas vueltas a lo largo del tiempo y cuanto más los reviso, más surgen los elementos literarios, las metáforas, las figuras expresivas y también el ritmo de la prosa, que considero un elemento muy importante. Esto también me facilita el trabajo para las perfomances, porque cuando un texto lo has ido retocando mucho resulta más fácil memorizarlo y encontrar la cadencia para recitarlo.

Tus ensayos, claramente deudores de Apocalípticos e integrados de Umberto Eco, caen en una contradicción. Analizas series de televisión basura, cómics y música pop para estudiar la sociedad actual, pero cuando se trata de la literatura, no hablas de best sellers, sino de los autores más oscuros de la cultura anglosajona. Quiero decir que a veces confundes, yo creo que malintencionadamente, la cultura de masas con la cultura académica. Un ejemplo, aunque aquí aplicado al mundo del arte plástico, sería la cita: “Esta estrategia la popularizó a finales de los 60 el artista conceptual sueco Öyvind Fahlström” (Emociónese así, pág. 106).

Primero, por lo que respecta a Apocalípticos e integrados, ese libro fue importante para mí, como para cualquiera que se dedique a la crítica cultural, en su momento; ahora bien, en algunos momentos de Afterpop y de €®O$ (en el capítulo titulado “Queen Lear”) he tratado de explicitar mis diferencias con la perspectiva de Eco, que son inevitables tratándose de un texto que pronto cumplirá medio siglo. En Apocalípticos e integrados, en particular en el capítulo sobre un relato de Ray Bradbury titulado “El verano de Picasso”, Eco expone su tesis de la jerarquía cultural, la diferencia entre "highbrow" y lo que él denomina "midcult", que se relaciona necesariamente con una jerarquía de clase. Lo mismo ocurre cuando formula el motto del amor postmoderno con la frase “Como diría Corín Tellado, te amo apasionadamente”. Eco está hablando ahí de una diferencia no sólo de competencia o de buen gusto sino de status social. Esa es una perspectiva característica de su momento histórico, pero en la crítica cultural posterior ha sido cuestionada y, en cierto modo, superada por otras perspectivas que leen esa jerarquía en términos de cultura oficial (mainstream) y subculturas (slipstream), que en el primer caso consistiría en unos modos de subjetivación consensuados por la mayoría y en el segundo, para Eco, simplemente mal gusto, lo kitsch, una imitación fallida de la alta cultura, pero que desde el punto de vista de la crítica cultural representa subjetividades alternativas, espacios de discusión. El punto principal de diferencia está en la evaluación del término "camp". Eco, como los comentaristas de su época, describe lo camp como un estilo degenerado, realizado por un artista incompetente pero que gustaría a la mayoría, a las masas, mientras que la teoría cultural posterior, informada por las perspectivas de género y queer, lo camp no se distingue por ser malo o más torpe sino por representar otras identidades personales, sexuales, etc. que la alta cultura tiene problemas para reconocer. Lo camp no se puede desvincular de un tipo particular de mirada gay.

Fernández Porta, con un Lichtenstein al fondo. Foto: De la Vega

De lo que sí que te diste cuenta es de que Eco divide los “productos culturales” (odiosa expresión) y a su audiencia en dos tipos, mientras que tú sabiamente introduces un tercero, dando completitud a esta tesis mediante el divino número trino. Es más, diría que toda tu obra posterior se basa en esa idea. En €®O$ la aplicas al amor y en Emociónese así a la alegría. Por lo que veo, esa sencilla idea te puede dar mucho de sí.

Esto se explica por razones históricas, porque este modelo en tres pasos es característico de una fase que se da en el cambio de siglo en el cual se hace preciso buscar vías de salida al pensamiento postmoderno. Los pensadores y escritores de mi generación crecimos en tiempos postmodernos, fuimos fans (yo sigo siéndolo) de muchos escritores que reciben ese nombre, pero a mediados de los años 90 se hace evidente que ese paradigma, aun cuando sigue presente en muchos aspectos de la cultura contemporánea, está en alguna medida superado, y ahí es donde se hace preciso pensar una condición cultural afterpop, pero también “after postmodernidad”. Quizá el texto en el que he tratado de explicarlo con más detalle es el primer texto de Homo Sampler, en el que hago una visión, como dices, tripartita, entre el modo moderno, el postmoderno y el afterpop. En ese sentido, el término "afterpop" puede considerarse una de las aportaciones a la superación de la modernidad y puede relacionarse con otras como "altermodernidad", "hipermodernidad" y otros términos parecidos que tratan de dar cuenta de una fase transicional, del “ya no” pero “no todavía”. En ese aspecto, la posición de los creadores y ensayistas en este momento podría compararse a la situación en la que se encontraban los artistas en los años 40, es decir, inmediatamente después de las vanguardias. Por ejemplo, ahora que vuelve a hablarse mucho de Cortázar, puede pensarse en sus textos tempranos como obras muy permeadas por el imaginario surrealista, pero con una elaboración más narrativa.

Precisamente en este sentido, tu labor me resulta similar a la que hace Jordi Costa: leer libros en inglés para divulgar su contenido bien mascadito a incultos españolitos monolingües. Sois un poco el País Semanal de la cultura, diciendo qué va a venir la próxima temporada en los ambientes culturales guays.

Verás, en la universidad tuve algunos profesores que trataban a los estudiantes como incultos y me prometí que jamás haría eso. Yo trabajo en sociología, que es una disciplina liminar en la que se da una combinación muy particular de saberes compartidos y conocimientos reservados y lo que trato de hacer es explicarme, y explicar, cuál es la carga cultural que está implícita en muchos comportamientos cotidianos. Cuando en mi último libro hablo del movimiento emo doy por sentado que hay una parte de ese fenómeno que un chaval de quince años la entiende mejor que yo, aunque solo sea porque la experimenta de manera más intensa y continuada; a partir de ahí, es responsabilidad mía desentrañar cuáles son las extensiones, las resonancias, de esa experiencia sentimental. No puedo responder por Jordi Costa, pero vamos, en sus libros y artículos nunca he visto ese tipo de paternalismo al que te referías; diría que él es parte de una generación de críticos de cine que rompieron con esas actitudes y propusieron un tipo de crítica más cómplice, además de documentada. Luego, cuando se trata de responder a la pregunta de “¿Qué hay de nuevo, viejo?”, diría que hay dos inflexiones posibles. Una es la del coolhunter, que la responden las revistas de tendencias, como Neo2 o Vice, donde consultamos qué está molando este mes. En mis ensayos he tratado de incorporar algunos estilemas propios de la prensa de tendencias, sobre todo la capacidad para explicar fenómenos culturales de modo sintético, dinámico y divertido. Ahora bien, mis ensayos tienen un factor un poco más tradicional, que consiste en que los casos de estudio que abordo, al menos una parte importante de ellos, no son ejemplos de última hornada sino clásicos recientes de la cultura moderna. Por ejemplo, Fahlström, un creador de los 60 al que mencionabas antes, es la fuente de muchas prácticas creativas contemporáneas y, yéndonos un poco más cerca, en mis dos últimos libros hay análisis de películas de los hermanos Coen: El gran Lebowski es un clásico de todos los tiempos en el terreno de la comedia. Enlazando con lo que decías antes del status de las obras (más académicas, más populares), esa película reúne todos esos rasgos, porque tiene muchos niveles de lectura, le puede molar a un adolescente porque le resulta divertida pero la puedes ver n veces y hacer un desglose de los referentes subculturales que se han utilizado en el guión y se puede realizar una historia de las culturas alternativas a partir de ella. Hacen como Greil Marcus pero en una comedia, no en un ensayo. También cuando en mis dos últimos libros hablo del álbum 69 Love Songs de Flaming Lips estoy hablando de una obra maestra con veinte años de historia que ha sido reconocida por toda la crítica de rock como una de las obras cumbres del letrismo musical, vertiente amorosa, y que permite configurar el ars amandi de nuestra época. Luego me doy cuenta de que en la recepción de los libros el aspecto más tradicional a veces se nota menos que algunas referencias de última hora, pero creo que esto es un reflejo condicionado: supongo que a cualquier lector le llama la atención que haya una referencia más actual, como lo de Guardiola y Eto’o, que para mí es una referencia incidental, es solo un ejemplo entre muchos, pero bueno, si resulta útil…

Fernández Porta posando a lo New Order. Foto: De la Vega

Hay un tema del que no hablas mucho en tus libros pero que es una especie de obsesión mía, de la que siempre estoy hablando y te voy a dar un poco la brasa con él. Se trata de las consecuencias que en nuestros días está teniendo en varios campos de la "industria cultural" (otra expresión que odio) y muy especialmente en la música pop la salvaje concentración empresarial que se está produciendo. En los 80, en España las multinacionales tenían que competir con un montón de independientes cuya única baza era la originalidad y frescura. Hoy en día sólo tienen que competir entre ellas y se dieron cuenta de que tenían un montón de grupos y artistas en plantilla que se estaban haciendo la competencia los unos a los otros, así que decidieron quedarse con uno de cada estilo: un grupo heavy, un cantante ligero, etc. Así que se nos vende el “mal menor” o se nos hace pasar por rey a un tuerto en un mundo de ciegos y se nos vende a Amaral como la rockera, la única o la última, a Revolver como el “ultimate” grupo de rock, a Alejandro Sanz como una especie de cantautor (“oye, que compone sus canciones”) y lo mismo va por Shakira. ¿Qué opinas de todo esto?

En el mundo de la música se ha producido una división de la industria discográfica en grandes sellos que se comen la mayor parte del pastel y esto tiene su contrapartida en la multiplicación de la escena indie en una larga serie de pequeños sellos discográficos, cada cual con su nicho de mercado y su target, que tienen mucha credibilidad a nivel alternativo y que ha crecido tanto que ha acabado generando una escena indie oficial, si es que tal cosa existe, y un “off off”, que es la autoedición: liarse la manta a la cabeza y hacer el disco tú mismo o colgarlo en bandcamp, como hemos hecho con Jose Roselló en nuestro proyecto de spoken word Mainstream. Lo que veo es que la prensa musical, la española en particular, ha aceptado ese proceso y se ha dado el caso de discos autoeditados que se han convertido en disco del año, el primer caso de eso ha sido Crepúsculo y hay otros en el caso de la música internacional. Se puede ver una escena muy estratificada entre un espacio mayoritario enormemente codificado y que produce un tipo de consumidor particularmente poco exigente y una escena indie subdividida en muchos estratos y con un nivel de especialización cada vez más alto, poco menos que erudito. Para leer el programa del Primavera Sound o, más aun, del Sonar, hace falta haber pasado muchas horas, no ya escuchando música, sino leyendo varios tipos de prensa muy especializada. Hace poco que ha cerrado, por desgracia, la revista Go! Mag. Siempre que cierra una revista hay razones culturales y razones económicas. Las razones financieras las desconozco, pero en cuanto a las culturales, como oyente de música, no puedo dejar de relacionar esa situación con el crecimiento de las formas de ordenación, taxonomía, crítica y racionalidad aplicada a la música generados por plataformas digitales: blogs, webs y Spotify entendido como un buscador racionalista que te permite no sólo ir mariposeando de disco en disco sino ordenar tu archivo de oyente musical, y que ya cumple buena parte de las funciones que hasta hace poco sólo podía cumplir la prensa especializada.

¿Qué opinas de la situación que se está planteando en la “industria cultural” (de nuevo esa odiosa expresión) a raíz del fenómeno del compartir libremente que se está dando gracias a internet?

Lo que ha pasado en el ámbito de la música tiene un antecedente en el fenómeno que se da en el mundo del arte plástico a finales de los 60 y principios de los 70, con el auge del arte conceptual, que suele describirse como la desmaterialización del objeto artístico. Se produce una lucha, en primer lugar, contra la pintura como formato rey y, más allá, contra cualquier otro formato con la idea de que el arte son principalmente ideas, que no debe depender de un soporte físico y que debe fluir. Esa vía es la que ha seguido la industria musical al desmaterializar los productos. La cuestión de quedarse con discos, robarlos o archivarlos, que durante una época había sido parte del debate, me parece que se ha convertido en un asunto secundario con el auge de plataformas como Spotify, porque somos muchos los que nos pasamos el día escuchando música y ya no nos descargamos nada.

Pueden ustedes, queridos lectores, leer una reseña juguetona del libro Afterpop aquí.

2 comentarios:

  1. Increìblemente y contra todos mis pronosticos eres bueno en las entrevistas. Bien Chucho! Soy Ana, dejo el comentario en Anónimo porque me da flojera registrarme por enesima vez.

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