lunes, 22 de octubre de 2018

Ciclo de documental histórico "Pretéritos imperfectos" en La Claqueta

Este sábado, día 27 de octubre, iniciamos un nuevo ciclo en La Claqueta, que tendrá lugar viernes y sábados a las siete de la tarde. Se titulará Pretéritos imperfectos y en él contaremos con algunos de los mejores cineastas documentalistas venidos de varias partes de España. En concreto, se trata de documentales históricos que en muchos casos sirven para analizar la situación actual del país a partir de una mirada al pasado.


Abrirá el ciclo Ramón Lluis Bande, que vendrá para la ocasión desde Asturias. Su película El nome de los árboles es una especie de "Cómo se hizo" Aquí y n'otru tiempu, que tuvimos la suerte de ver en La Claqueta hace algo más de un año. La idea era que la sesión formara parte del ciclo "Después de..." pero por cuestiones de fechas, le fue imposible acudir al realizador.

Javier Rioyo presentará Asaltar los cielos, una película sobre Ramón Mercader, el asesino de Trosky; Yuri Agirre nos hablará de un caso poco conocido, el del turbio caso de la emboscada de la bahía de Pasaia en 1984; Isabel Suárez, en Desde el otro lado del charco nos habla de la famosa demanda argentina contra los crímenes del franquismo. Por último, Mariano Lisa vendrá ex profeso desde Barcelona para presentar cortos realizados por el Colectivo de Cine de Clase y dirigidos por Helena Lumbreras.

El programa será el siguiente:

27/10. Ramón Lluis Bande: El nome de los árboles (2015, 94')
10/11. Javier Rioyo: Asaltar los cielos (1996, 96')
16/11. Yuri Agirre: Pasaiako Badia (2017, 67')
17/11. Isabel Suárez: Desde el otro lado del charco (2017, 90')
24/11. Mariano Lisa: Spagna 68 (1968, 29') + El campo para el hombre (1975, 50')

Todas las sesiones serán con coloquio por parte de los realizadores y tendrán lugar a las 19:00 en la sala de proyecciones del CSA La Tabacalera (C/ Embajadores 53). Como siempre, entrada gratuita.

domingo, 21 de octubre de 2018

Vic Vega, que estás en los cielos

Hola. Soy Vincent Vega. No Jesús de la Vega, Vincent Vega, Vic para los amigos. Tal vez me conozcan por mis apariciones en Reservoir Dogs y Pulp Fiction. Ese cabrón de Quentin Tarantino no me reflejó en la película como realmente soy. A ese tío solo le interesa el dinero y mostrar casquería para que los chavales vayan a ver sus películas. Pero el auténtico yo no es ese. Yo de pequeño sufrí mucho. Mis padres me maltrataban. Comencé a cometer algunos pequeños crímenes. De ahí a que me metieran en un correccional solo había un paso. Y de uno a otro… Mi infancia fue muy dura, chavales. Dicen que yo soy un gángster y, sí lo soy, pero al menos uno con clase. Que me cargara a un negro y llenara un coche de pedacitos de sesos y sangre solo fue cuestión de mala suerte. Claro, que peor fue que me mataran cuando estaba en plena giñada.

martes, 9 de octubre de 2018

El gesto de la muerte

Este microrrelato fue escrito por Jean Cocteau. Es así:

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos.

Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Landulfo de Ferrara

El siguiente cuento aparece en uno de mis libros favoritos, el Manuscrito encontrado en Zaragoza, del conde Jan Potocki.

En una ciudad de Italia llamada Ferrara había un joven llamado Landulfo. Hombre libertino y sin religión, tenía escandalizadas a todas las buenas almas que había en el país. Muy dado al trato con las cortesanas, conocía a todas las de Ferrara, pero ninguna le gustaba tanto como Blanca de Rossi, quizá porque superaba en deshonestidad a todas ellas.

Blanca no solamente era una cortesana interesada y depravada. Exigía además que sus amantes hiciesen por ella acciones que los deshonrasen, y así exigió a Landulfo que la condujese todas las noches a su casa para cenar con su madre y hermana. Landulfo fue a ver a su madre y le pidió ese favor como la cosa más natural del mundo. La pobre madre estalló en lágrimas, y le rogó que tuviese en consideración la honra de su hermana. Pero Landulfo fue sordo a sus ruegos, y solamente le prometió guardar lo mejor posible el secreto de aquellas visitas. Y dejando a su madre, fue a casa de Blanca para conducirla a su casa.

La madre y la hermana de Landulfo recibieron a la cortesana mejor de lo que ella merecía. Pero Blanca, viendo la bondad de ambas, se portó insolentemente. Durante la cena no ahorró expresiones demasiado libres y quiso dar lecciones a la hermana de su amante. Finalmente, les dijo que harían bien en marcharse a dormir porque ella deseaba quedarse sola con Landulfo.


Al día siguiente, Blanca contó lo ocurrido a todo el mundo, y durante varios días no se habló de otra cosa en la ciudad. Como era lógico, el rumor llegó también a oídos del tío de Landulfo, Odoardo Zampi, hermano de su madre. Odoardo era un hombre a quien no se ofendía impunemente. Sintiéndose ultrajado en la persona de su hermana, hizo asesinar inmediatamente a la infame Blanca. Cuando Landulfo fue a visitar a su amante, la encontró apuñalada y bañada en sangre. Pronto supo que había sido su tío el autor del crimen, y corrió a su casa para vengarse, pero lo encontró rodeado de los jaques más bravos de la ciudad, que se burlaron de su rencor. No sabiendo hacia quién dirigir su furor, corrió a casa de su madre con la intención de cubrirla de ultrajes. La pobre mujer se hallaba con su hija y se disponía a sentarse a la mesa. Cuando vio entrar a su hijo, le preguntó si Blanca vendría a cenar.

- Ojalá venga -dijo Landulfo- y te lleve al infierno, con tu hermano y toda la familia de los Zampi.

La pobre mujer cayó de rodillas y exclamó:

- Oh, Dios mío, perdona sus blasfemias.

En este instante, se abrió la puerta con ruido, y apareció un pálido espectro, cosido a puñaladas, que conservaba, sin embargo, una semejanza atroz con Blanca.

La madre y la hermana de Landulfo se pusieron a rezar, y Dios les concedió la gracia de poder soportar ese espectáculo sin morir de terror.

El fantasma avanzó lentamente y se sentó a la mesa como para cenar. Landulfo, con un valor que sólo el demonio podía inspirarle, se atrevió a coger un plato y a ofrecérselo. El espectro de Blanca abrió una boca tan grande, que su cabeza pareció partirse en dos, y salió de ella una llama rojiza. Alargó después una mano toda quemada, tomó un trozo de vianda, se lo tragó, oyéndose cómo caía bajo la mesa. Después tragó el resto de la comida, y de nuevo se oyeron caer los trozos al suelo. Cuando el plato quedó vacío, el espectro, mirando a Landulfo con ojos terribles, le dijo:

- Landulfo, cuando yo ceno en casa, también me acuesto en ella. Prepárate, pues, y vámonos al lecho.

Leyenda de San Andrés

El siguiente cuento está adaptado de la Leyenda Áurea, que escribió el monje medieval Jacobo de Vorágine. Este libro recopila un montón de vidas de santos y gran parte de la iconografía de retablos y fachadas de iglesias está basado en sus relatos.

Cuéntase que hubo un obispo de vida muy virtuosa y era muy devoto de San Andrés. Mas el antiguo enemigo, envidioso de la piedad del referido prelado, adoptó la apariencia de una bellísima dama, se presentó en su palacio y le pidió alojamiento so pretexto de que huía de un mal casamiento que su padre quería arreglarle. Llegada la hora de la comida pasaron al comedor. El obispo y la dama se sentaron frente a frente, ocupando cada cual una de las cabeceras de la mesa; en los asientos de las bandas de uno y otro lado acomodáronse varios otros comensales. El prelado, deseoso de atender a su invitada, mirábala con frecuencia, a fin de que nada le faltara. Cada vez clavaba los ojos con más insistencia en su semblante, considerando detenidamente la perfección y belleza de sus facciones, y cuanto más la contemplaba, más languidecía su espíritu, porque, mientras mantenía su vista clavada en el rostro de ella, el antiguo enemigo de la especie humana más profundamente hundía sus venenosos dardos en el corazón del prelado, mostrándole la esplendente hermosura de la dama. El obispo, al borde ya del naufragio, comenzó interiormente a trazarse un plan para conseguir yacer con ella tan pronto como se presentara alguna coyuntura adecuada. En esto, un peregrino llamó a la puerta del palacio con fuertes aldabonazos y diciendo a voces que le abriera, y como no acudían a abrirle insistió en sus golpes cada vez más estruendosos y en sus gritos, también cada vez más recios. Al fin el obispo preguntó a su invitada:

- ¿Te parece bien, señora, que abramos a ese inoportuno?


- Mejor sería -respondió ella- que antes de abrirle le propusiéramos alguna cuestión complicada para ver si sabe solucionarla. Si responde satisfactoriamente a ella demostrará ser persona discreta y digna de que se le abra; si no sabe responder entenderemos que se trata de algún necio y no se le permitirá que vaya a estas horas a molestar al obispo.

A todos los comensales pareció bien la sugerencia de la dama y el obispo le pidió a la dama que pensara un acertijo. La dama accedió y propuso este:

- Pregúntesele qué es lo más maravilloso que Dios ha hecho en una cosa pequeña.

Un criado del obispo, desde dentro y sin abrir, formuló la pregunta al peregrino y tornó con esta respuesta: "La variedad y excelencia de las caras: entre tantos hombres como han existido desde el principio del mundo y existirán hasta el último día, no ha habido dos cuyos rostros sean completamente iguales; y, sin embargo, en algo tan reducido como la faz de una persona, el Señor ha colocado todos los sentidos del cuerpo humano".

Los comensales, unánimemente, reconocieron que la respuesta era interesante, verdadera y satisfactoria. Pero la mujer dijo:

- Propongámosle una segunda cuestión más complicada que nos permita juzgar mejor acerca de su prudencia y conocimientos. A ver si sabe decirnos dónde la tierra está por encima del firmamento.

He aquí lo que respondió el peregrino: "En el cielo empíreo, porque en él se halla actualmente el cuerpo de Cristo, que es de la misma naturaleza que el nuestro, y por tanto formado del barro de la tierra. Como el cuerpo del Señor de tierra ha sido hecho, tierra es; y como se encuentra en lo más alto de los cielos, o sea, muy por encima del firmamento, síguese que ahí precisamente, en el empíreo, es donde la tierra está por encima del firmamento".

Los contertulios del obispo dieron por muy buena la respuesta y alabaron la sabiduría del forastero. La dama, sin embargo, propuso:

-Planteémosle un tercer y último problema más difícil que los anteriores; si logra resolverlo aceptaremos definitivamente que se trata de un sujeto auténticamente discreto y sabio y que merece ser recibido. Pregúntesele qué distancia media entre la tierra y el cielo.

El peregrino contestó al recadero: "Vuelve a la sala y di a quien te mandó que me hicieras esta pregunta, que la respuesta la conoce él muy bien, puesto que la sabe por experiencia; o debiera saberla, ya que tuvo ocasión de medirla cuando fue arrojado de la gloria y cayó precipitado al fondo del abismo. Yo, en cambio, no he pasado por ese trance. De paso, le dices a tu señor el obispo, que la persona que sugirió que me formularais ésta y las otras cuestiones no es lo que parece, sino que es un demonio disfrazado de mujer".

El mensajero, asustado, regresó al comedor y repitió delante de todos cuanto el peregrino acababa de decirle; mas, antes de que terminara de transmitir el recado, que los oyentes escucharon estupefactos, la supuesta dama repentinamente desapareció. Entonces fue cuando el obispo comprendió la subversión que poco antes había sentido en su alma y los malos pensamientos y deseos que le habían asaltado; se arrepintió de ellos sinceramente, pidió interiormente perdón a Dios y envió nuevamente a su criado a la puerta, esta vez para que dijera al peregrino que pasara; pero el peregrino ya no estaba allí y, por más que lo buscaron por las calles de la ciudad, no pudieron hallarle. El prelado convocó al pueblo, refirió públicamente cuanto había ocurrido y rogó a todos que con ayunos y oraciones suplicasen al Señor que se dignara comunicar a alguien quién había sido realmente el misterioso forastero que llamó a su puerta y le había librado a él de un gravísimo peligro. Aquella misma noche el obispo conoció por revelación que el tal forastero había sido San Andrés, y que había acudido a la puerta de su palacio en apariencia de peregrino para evitar su caída en la tentación que el demonio había organizado contra su virtud. En adelante, y hasta el fin de su vida, el susodicho prelado, cuya devoción a San Andrés creció a raíz del referido suceso, dio constantemente pruebas de la veneración que sentía hacia el santo apóstol.

Lo que sucedió al Bien con el Mal

El infante Juan Manuel incluó este cuento en su libro El conde Lucanor, en el siglo XIV. El Bien y el Mal acordaron vivir juntos. Como el Mal es más activo, más inquieto, enemigo de la tranquilidad y siempre está maquinando algo, le dijo al Bien que sería muy conveniente tener ganado con el que salir adelante. Como el Bien aceptó esta propuesta, acordaron tener ovejas. Cuando las ovejas parieron, dijo el Mal al Bien que eligiera la parte que deseara.

El Bien, que es bueno y mesurado, no quiso escoger, sino que le dijo al Mal que lo hiciera; eso le agradó mucho al Mal, que, por ser malo y engañoso, le propuso al Bien que se quedara con los corderitos recién nacidos y él tomaría la leche y la lana de las ovejas. El Bien hizo como si estuviera satisfecho con este desigual reparto.

Después de esto, dijo el Mal que sería bueno criar cerdos, lo que pareció oportuno al Bien. Cuando las puercas parieron, dijo el Mal que, pues el Bien se había quedado con los corderitos y él con la leche y la lana, ahora el Bien debería quedarse con la lana y la leche de las puercas y él con los lechones. El Bien aceptó aquello como su parte.

El Mal propuso después que plantaran hortalizas, y sembraron nabos. Cuando nacieron, dijo el Mal al Bien que, no sabiendo lo que podía haber bajo tierra, cogiera las hojas de los nabos, que estaban a la vista, en tanto que él se conformaría con lo que hubiera nacido bajo tierra. El Bien aceptó esta partición propuesta por el Mal.

Después plantaron coles y, cuando nacieron, dijo el Mal que, como el Bien había elegido antes las hojas de los nabos, que estaban sobre la tierra, debía quedarse ahora con la parte de las coles que nace bajo ella. Así, el Bien se quedó con esa parte.


Luego dijo el Mal al Bien que deberían buscar una mujer para que los sirviera y llevara siempre limpios, cosa que agradó mucho al Bien. Cuando ya encontraron a la mujer, dijo el Mal que de la cintura para arriba sería para el Bien y de la cintura para abajo sería para él. El Bien aceptó este reparto, por lo que su parte hacía todo lo necesario en la casa y la parte perteneciente al Mal estaba casada con él y tenía que dormir con su marido.

La mujer quedó embarazada y nació un hijo. Cuando la madre fue a darle de mamar, vino el Bien, que le prohibió hacerlo, porque la leche le pertenecía a él y no estaba dispuesto a malgastarla. El Mal vino muy alegre para ver a su hijo recién nacido, pero, como lo encontró llorando, preguntó a la madre qué ocurría. Esta le contestó que estaba hambriento porque no mamaba. El Mal le dijo que se lo pusiera al pecho, pero la madre le contestó que no podía hacerlo por habérselo prohibido el Bien, ya que la leche le pertenecía sólo a él. Cuando el Mal lo oyó, habló con el Bien y, riendo y con bromas, le pidió que dejara mamar a su hijo, pero el Bien respondió que la leche estaba en su parte y que no lo permitía. Al escuchar su respuesta, el Mal suplicó de nuevo al Bien para que accediera, y este, viendo su situación y su pena, le dijo:

-Amigo, no penséis que por ingenuidad no me daba cuenta de la diferencia entre lo que me asignabais y lo que reservabais para vos, a pesar de lo cual nunca os pedía nada de lo vuestro, sino que, como podía, me mantenía con lo mío. Y aunque me visteis así, jamás os dolió mi situación ni buscasteis favorecerme. Si ahora Dios ha dispuesto que necesitéis mi colaboración, no os sorprenda que no quiera ayudaros y que, recordando cuánto me habéis engañado, os deje sufrir vuestro mal como pago de todo lo que habéis hecho.

Al comprender el Mal que el Bien decía la verdad, se puso muy triste, pues vio que su hijo podía morir por su culpa, así que empezó a rogarle al Bien para que, en nombre de Dios, lo ayudara y se apiadara de aquel niño inocente, pues le prometía hacer en adelante lo que él mandara.

Cuando el Bien lo oyó expresarse así, pensó que Dios le había hecho un gran favor permitiendo que el Mal dependiera de él y, viendo que la enmienda podría conseguirse por la salud de aquel niño, dijo al Mal que su mujer podría amamantarlo si él lo llevaba sobre sus espaldas y salía con el pequeño por la ciudad, diciendo en voz alta para ser oído por todos: «Amigos, sabed que sólo con hacer el bien, derrota el Bien al Mal». Cumplida esta condición, podría su mujer darle leche al niño. Esto agradó mucho al Mal, que pensó haber pagado muy barata la vida de su hijo, en tanto que el Bien lo consideró una excelente penitencia. El Mal cumplió lo prometido y todo el mundo supo que el Bien siempre vence al Mal por medio de un bien.

Otra leyenda del charro negro

Hay otra leyenda mexicana distinta con el mismo título. Cuenta la leyenda que una bella chica llamada Adela vivía en un pequeño poblado y su madre constantemente la reprendía por lo coqueta que llegaba a ser con los hombres. Al no estudiar ni trabajar, Adela aprovechaba sus ratos libres para andar de cita rompiendo corazones. Por ese motivo muchas personas no la veían con buenos ojos.

Una noche, la bella campesina se quedó de ver con uno de sus tantos pretendientes, pero en el camino, de repente a lo lejos vio el andar de un caballo con un charro montado que iba hacía ella. Al llegar, el caballo se postró a su lado y la chica quedó deslumbrada, pues el charro que lo montaba era muy apuesto y lucía un hermoso traje negro con unas elegantes botas negras y espuelas de oro. El guapo hombre de inmediato invitó a la bella doncella a subir a su caballo y ella no se pudo resistir, incluso olvidó la cita que ya tenía pactada. En cuanto se subió, el jinete tomó su camino rápidamente y unas llamas los envolvieron, Adela gritaba fuertemente para tratar de descender pero no tuvo éxito. Solo algunas personas lograron ver lo que estaba sucediendo. Aquel hombre era nada más y nada menos que el mismísimo Diablo, que vino por una bella dama para llevarla con él al infierno.

Nunca más se supo nada de Adela y para muchas personas, ella solo se había ido con uno de sus tantos pretendientes para no regresar jamás.

Leyenda mexicana: el charro negro

Cuando estuve en México conocí al charro negro. Era un hombre robusto, alto, moreno y siempre vestía como un charro. Traía un sombrero de esos redondos de dos pedradas y en sus botas tintineaban sendas espuelas de plata que refulgían con la luz del sol. Acostumbraba a ir los domingos por la tarde a la plaza pública municipal. Ahí cantaba a capella y hacia resonar su látigo sobre el pavimento. Algunos murmuraban a sus espaldas que estaba loco y disimulaban sus risas, no fuera que los descubriera y entonces sí, se las vieran con un loco furioso. Decían que su locura le había venido de una vivencia traumática cuando aún era muy joven:

Una tarde que volvía de reparar la cerca del rancho en donde trabajaba como caporal, su caballo, un manso retinto comenzó a parar las orejas pues había advertido algo fuera de lo común metros mas adelante. Un pequeño bulto fue tomando forma según se acercaba. Era un canasto que dejaba asomar unas cobijas. El caballo comenzó a temblar y a corcovear un poco, luego se rehusó a seguir avanzando. Su jinete descendió de su bruto, lo ató a un árbol cercano y avanzó los pocos metros que lo separaban de lo que resultó ser un hermoso bebé que tendría, según su apariencia, solo algunos meses de haber nacido. Estaba envuelto en una fina cobija blanca con rayas gruesas de color azul marino. Tomó a la criatura en sus brazos mientras se preguntaba qué madre desnaturalizada habría tenido la sangre tan fría como para abandonarla.

Tenía la piel muy blanca, los ojos muy azules. Era regordete, pesaba según sus cálculos quizá un poco mas de 5 kilos. Se encaminó con el bebé a su caballo y cuando se iba acercando el animal comenzó a relinchar, a pararse en los dos cuartos traseros y a lanzar coces a diestra y siniestra. Trató de calmarlo pero fue inútil. Al ver que no conseguía nada, decidió sentarse un momento sobre una gruesa rama de un árbol que descendía hasta casi llegar al suelo. Notó que, conforme se alejaba con su carga a cuestas el noble bruto se iba tranquilizando.

- Pues sí que está raro el Palomo -dijo en voz alta el caporal-. Parece que no le caíste bien, amiguito. Pero ¿dónde diablos estará tu madre?

El caporal empezó a hacerle cariños y carantoñas hasta que el bebe comenzó a reír.

- No entiendo, palabra, cómo es que te dejaron abandonado... tan precioso... tan gracioso...- decía el hombre cuando pasó algo extraño: el rostro del niño se puso serio y de su pequeña boca salió de pronto una voz horrible, cavernosa:

- ¡Y TAMBIÉN TENGO DIENTITOS!

Su pequeño rostro se había transfigurado para entonces. Los ojos se le tornaron rojos y de sus pequeños labios se asomaban dos grandes colmillos. Babeaba una sustancia verdosa.

- Sagrado corazón de Jesús- grito el caporal, mientras arrojaba con fuerza y lejos de sí a aquella horrible figura de pesadilla que reía espantosamente. Con los nervios destrozados subió en un santiamén a su caballo y se alejó a todo galope de aquel sitio. Cuando llegó al rancho y bajó de un salto de su cabalgadura, ya decía esa clase de incoherencias que lo caracterizarían tiempo después. Tuvo un acceso de fiebre que lo postró por tres días. Se recuperó de la fiebre, pero no de su locura. Con sus propias manos hizo una desviación del camino antes de que lo despidieran, cercó el acceso a aquel sitio donde había tenido lugar el suceso paranormal y colgó un letrero que decía “Prohibido el paso”.

Aseguran que ha habido personas que, ignorando el letrero, se han internado por ese camino y que luego han salido de ahí listos para ingresar al manicomio diciendo no se sabe qué clase de incoherencias, no sé qué de un bebé abandonado.