jueves, 29 de agosto de 2019

Milagros de santos XVII: más milagros de Madrid

Ya hemos contado en esta sección milagros madrileños como los de San Isidro, Nuestra Señora de los Peligros y Nuestra Señora de la Almudena, pero hay muchos más, algunos de los cuales los relata Luis Carandell en su librito Madrid (Alianza, 1995).

Paradigma de los pecadores arrepentidos en el siglo XVI fue un noble señor, no por italiano, pues era natural de Módena, menos madrileño, que se llamó Jacobo de Grattis, más conocido por el nombre de Caballero de Gracia. Para conquistar a una dama que se le resistía preparó un bebedizo o elixir de amor y, cuando iba a dárselo a la doncella de la dama para que se lo administrara a su dueña, escuchó una voz del cielo reprochándole su mala acción. Según se asegura, se fue a confesar con Simón de Rojas, fraile trinitario que andando el tiempo sería beatificado, y se ordenó sacerdote. A partir de entonces el Caballero de Gracia dedicó todos sus bienes a las obras pías y fundó el convento que lleva su nombre.

Para no ser menos que Nápoles [...], Madrid conserva en uno de sus conventos la sangre de un santo que se licúa en una determinada fecha. En Nápoles, como se sabe, se trata de la sangre de San Genaro. En Madrid, de la de San Pantaleón. Este santo, nacido en Nicomedia, ciudad de la Turquía actual, fue médico de profesión y sufrió martirio por ser cristiano a comienzos del siglo IV. Sus reliquias se conservan en una iglesia de Venecia, pero su sangre fue repartida por diversos templos de Italia. Una de las ampollas que la contenían llegó a Madrid en 1611 por donación de una familia noble, una de cuyas hijas profesó en el convento de la Encarnación de Madrid. La sangre de San Pantaleón, que está colocada en un relicario y que durante todo el año tiene un aspecto oscuro y sólido, se licúa el 27 de julio de cada año. Al anochecer de la víspera de ese día comienza la licuefacción, que se mantiene hasta la noche del 27. Es creencia general que el año que esto no sucede anuncia una gran desgracia, y de ahí que sean multitud los fieles que acuden a comprobarlo al convento de la Encarnación.

Ampolla con la sangre de San Pantaleón

La imagen de la Virgen de Atocha tiene orígenes legendarios. Por tradición se creía que era una talla realizada por el evangelista San Lucas y por Nicodemo (como si no tuvieran otra cosa que hacer, añado yo) en vida de la virgen María y que había sido traída a España por el apóstol San Pablo. Pertenece al grupo de las vírgenes negras y puede fecharse en el siglo XIII. Esta imagen de transición del románico al gótico es la más antigua que se conserva en Madrid. Su nombre se debe a que fue encontrada en un atochar o espartizal por un caballero del pueblo de Rivas del Jarama llamado Gracián Ramírez, que combatía contra los musulmanes en las inmediaciones de Madrid. Temeroso de que su familia cayera en poder de sus enemigos y muy en el estilo de la vieja concepción de la honra caballeresca, Gracián Ramírez degolló a su mujer y a sus dos hijas. pero cuando, después de la reconquista de Madrid, fue a orar ante la Virgen de Atocha en acción de gracias, se encontró con que las tres mujeres había resucitado y conservaban en el cuello la huella de la espada que Gracián había empleado para matarlas (estos son los detalles escabrosos de los milagros que tanto me gustan).

En la basílica de Atocha había otra imagen milagrosa, la del llamado Cristo del Zapato, copia de la que se conserva en la ciudad de Luca y que fue regalada por un embajador italiano. Este Cristo estaba calzado con chapines de plata y un día desapareció uno de ellos. La justicia apresó a un hombre sospechoso de haberlo robado y él declaró que había sido el mismo Cristo quien le había dicho que se lo llevara al ver la grandísima necesidad en que se encontraba [...]. De la misma manera que el Cristo de la Vega, al que el juez tomó declaración [...], el Cristo de Luca, interrogado también, asintió con la cabeza a la pregunta del juez de si era cierto que había regalado el zapato de plata al presunto ladrón.

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