Le ballon rouge
(El globo rojo, 1959), dirigida por Albert Lamorisse y protagonizada
por su hijo Pascal y un globo, es una película juguetona, delicada y
deliciosa que conecta el cine con la magia y, por tanto, nos devuelve
a nuestra infancia. La cinta demuestra que el modo en que actúa el
cine es muy similar a cómo piensa un niño y, por tanto, pensar en
cine debería ser utilizar el pensamiento mágico, es decir, pensar y
actuar como cuando éramos niños. Lamentablemente, esto muchas veces
se olvida.
Recuerdo que la
primera vez que vi esta película simplemente me dejé llevar por su
encanto y solo ahora, en un segundo visionado, me pongo a preguntarme
cómo se hizo tal o cual secuencia, lo cual en el fondo no tiene la
más mínima importancia. Lo importante es que Lamorisse consigue una
película maravillosa (y aquí el término está mejor utilizado que
nunca) sin prácticamente diálogos, en una cinta que juega
básicamente con dos elementos: el technicolor y los trucos con los
que se logra que el globo cobre vida. Es curioso que esta cinta
obtuviera el Oscar al mejor guion y, de hecho, es hasta el momento el
único cortometraje que lo ha obtenido, cuando para mí el mérito de
esta cinta no está, ni mucho menos, en lo escrito, sino en la
realización. Se trata quizá de una de las películas que mejor
exponen lo que los críticos de Cahiers du Cinéma llaman la
“puesta en escena”, nada que ver con el guion y, sin embargo, los
norteamericanos, en ciertas cosas tan admiradores de los franceses,
no lo supieron apreciar en esta ocasión.
Me llama la atención
que en su texto “Las gafas de Parménides” un crítico tan
afrancesado como José Luis Guarner criticara a Albert Lamorisse
(cuya vida merecería un biopic, pues murió filmando un documental
en Irak e inventó el famoso juego de mesa Risk), que, en mi opinión,
lleva los postulados de Cahiers du Cinéma a su quinta esencia.
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