El infante Juan Manuel incluó este cuento en su libro El conde Lucanor, en el siglo XIV. El Bien y el Mal acordaron vivir juntos. Como el Mal es más activo, más inquieto, enemigo de la tranquilidad y siempre está maquinando algo, le dijo al Bien que sería muy conveniente tener ganado con el que salir adelante. Como el Bien aceptó esta propuesta, acordaron tener ovejas. Cuando las ovejas parieron, dijo el Mal al Bien que eligiera la parte que deseara.
El Bien, que es bueno y mesurado, no quiso escoger, sino que le dijo al Mal que lo hiciera; eso le agradó mucho al Mal, que, por ser malo y engañoso, le propuso al Bien que se quedara con los corderitos recién nacidos y él tomaría la leche y la lana de las ovejas. El Bien hizo como si estuviera satisfecho con este desigual reparto.
Después de esto, dijo el Mal que sería bueno criar cerdos, lo que pareció oportuno al Bien. Cuando las puercas parieron, dijo el Mal que, pues el Bien se había quedado con los corderitos y él con la leche y la lana, ahora el Bien debería quedarse con la lana y la leche de las puercas y él con los lechones. El Bien aceptó aquello como su parte.
El Mal propuso después que plantaran hortalizas, y sembraron nabos. Cuando nacieron, dijo el Mal al Bien que, no sabiendo lo que podía haber bajo tierra, cogiera las hojas de los nabos, que estaban a la vista, en tanto que él se conformaría con lo que hubiera nacido bajo tierra. El Bien aceptó esta partición propuesta por el Mal.
Después plantaron coles y, cuando nacieron, dijo el Mal que, como el Bien había elegido antes las hojas de los nabos, que estaban sobre la tierra, debía quedarse ahora con la parte de las coles que nace bajo ella. Así, el Bien se quedó con esa parte.
Luego dijo el Mal al Bien que deberían buscar una mujer para que los sirviera y llevara siempre limpios, cosa que agradó mucho al Bien. Cuando ya encontraron a la mujer, dijo el Mal que de la cintura para arriba sería para el Bien y de la cintura para abajo sería para él. El Bien aceptó este reparto, por lo que su parte hacía todo lo necesario en la casa y la parte perteneciente al Mal estaba casada con él y tenía que dormir con su marido.
La mujer quedó embarazada y nació un hijo. Cuando la madre fue a darle de mamar, vino el Bien, que le prohibió hacerlo, porque la leche le pertenecía a él y no estaba dispuesto a malgastarla. El Mal vino muy alegre para ver a su hijo recién nacido, pero, como lo encontró llorando, preguntó a la madre qué ocurría. Esta le contestó que estaba hambriento porque no mamaba. El Mal le dijo que se lo pusiera al pecho, pero la madre le contestó que no podía hacerlo por habérselo prohibido el Bien, ya que la leche le pertenecía sólo a él. Cuando el Mal lo oyó, habló con el Bien y, riendo y con bromas, le pidió que dejara mamar a su hijo, pero el Bien respondió que la leche estaba en su parte y que no lo permitía. Al escuchar su respuesta, el Mal suplicó de nuevo al Bien para que accediera, y este, viendo su situación y su pena, le dijo:
-Amigo, no penséis que por ingenuidad no me daba cuenta de la diferencia entre lo que me asignabais y lo que reservabais para vos, a pesar de lo cual nunca os pedía nada de lo vuestro, sino que, como podía, me mantenía con lo mío. Y aunque me visteis así, jamás os dolió mi situación ni buscasteis favorecerme. Si ahora Dios ha dispuesto que necesitéis mi colaboración, no os sorprenda que no quiera ayudaros y que, recordando cuánto me habéis engañado, os deje sufrir vuestro mal como pago de todo lo que habéis hecho.
Al comprender el Mal que el Bien decía la verdad, se puso muy triste, pues vio que su hijo podía morir por su culpa, así que empezó a rogarle al Bien para que, en nombre de Dios, lo ayudara y se apiadara de aquel niño inocente, pues le prometía hacer en adelante lo que él mandara.
Cuando el Bien lo oyó expresarse así, pensó que Dios le había hecho un gran favor permitiendo que el Mal dependiera de él y, viendo que la enmienda podría conseguirse por la salud de aquel niño, dijo al Mal que su mujer podría amamantarlo si él lo llevaba sobre sus espaldas y salía con el pequeño por la ciudad, diciendo en voz alta para ser oído por todos: «Amigos, sabed que sólo con hacer el bien, derrota el Bien al Mal». Cumplida esta condición, podría su mujer darle leche al niño. Esto agradó mucho al Mal, que pensó haber pagado muy barata la vida de su hijo, en tanto que el Bien lo consideró una excelente penitencia. El Mal cumplió lo prometido y todo el mundo supo que el Bien siempre vence al Mal por medio de un bien.
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