Giovanni Boccaccio publicó en 1351 el Decamerón, que incluye cien cuentos. El trigésimo es el de Alibech y Rústico y, por su contenido erótico, ha sido eliminada de multitud de ediciones, sobre todo de las traducciones al inglés (ya se sabe que los anglosajones son muy puritanos).
Cuenta la historia de Alibech, una berberisca que vivía en la ciudad de Cafsa, cerca del desierto. Alibech poseía una gran belleza y tan solo contaba con catorce años. Oyó que había unos eremitas en pleno desierto que casi no comían y no hacían otra cosa más que vivir en contemplación y alabar al señor. A Alibech esto le pareció el mejor modo de vivir y decidió adentrarse en el desierto en busca de uno de esos ermitaños para que le enseñara la religión cristiana. Tras un largo viaje encontró a uno que vivía en una cueva, pero al contemplar la juventud y belleza de la chica pensó que no era buena idea aceptarla como seguidora, ya que en breve sufriría tentaciones del demonio. Así que le dijo:
- No acepto discípulos, pero no te preocupes, si te adentras un poco más en el desierto encontrarás otro ermitaño que es mucho mejor maestro que yo y seguro que te acepta.
Así lo hizo y al poco encontró la cabaña de un monje
llamado Rústico. Alibech le pidió a Rústico lo mismo
que a los otros pero él sí aceptó, pues estaba convencido de la
fortaleza de su fe y de que no sería tentado por el demonio, pese a la
belleza de Alibech.
El primer día, Rústico le dijo a
Alibech que durmiese en su jergón y él durmió en el suelo y esa misma noche ya el diablo lo tentó y empezó a pensar la manera en que
podría lograr que, bajo la excusa de servir a Dios, Alibech accediese a sus propósitos. Así, decidió hablarle del diablo y de cuán enemigo de Nuestro
Señor era y le dio a
entender que el servicio que más grato podía ser a Dios era meter al
demonio en el infierno, adonde Nuestro Señor le había condenado. La
jovencita le preguntó cómo se hacía aquello. Rústico le dijo:
- Pronto lo sabrás, y para ello harás lo que a mí me veas hacer.
Acto seguido, Rústico se desnudó y Alibech le dijo:
- Pero maestro, vos tenéis algo ahí que yo no tengo.
- Sí, hijita mía, eso es el demonio. Y tú tienes algo en su lugar. Tienes
el infierno, y creo que Dios te ha mandado aquí para la
salvación de mi alma, porque este diablo me está dando tormento. Si
tú fueras tan amable de sufrir que lo meta en el
infierno, me darás grandísimo consuelo y darás a Dios gran servicio, si para ello has venido a estos lugares, como dices.
- Oh, padre mío, puesto que yo tengo el infierno, sea como queréis.
Y
dicho esto, llevada la joven encima de una de sus jergones, le enseñó
cómo debía ponerse para poder encarcelar a aquel maldito de Dios. La
joven, que nunca había puesto en el infierno a ningún diablo, la
primera vez sintió un poco de dolor, por lo que dijo a Rústico:
- Por
cierto, padre mío, mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente
enemigo de Dios, que aun en el infierno duele
cuando se mete dentro.
- Hija, no sucederá siempre así.
Y
para hacer que aquello no sucediese, seis veces antes de que se
moviesen del jergón lo metieron allí, tanto que por aquella vez se quedó
tranquilo. Tras varios días de repetir la misma opración, sucedió que el juego comenzó a gustarle a Alibech y comenzó a decir a
Rústico:
- Bien veo que el servir a Dios es cosa dulce y en
verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera que tanto deleite y
placer me diese como meter al diablo en el infierno; y por ello me
parece que cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se
ocupa es un animal.
Por lo cual, muchas veces iba a Rústico y le decía:
- Padre mío, he venido aquí para servir a Dios y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el infierno. La verdad, no sé por qué el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí
de tan buena gana como el infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría
nunca.
Así, tan frecuentemente invitaba la joven a
Rústico que comenzó a decir a la joven que al diablo no había que
castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia,
levantase la cabeza:
- Y nosotros, por la gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.
Y
así impuso algún silencio a la joven, la cual, después de que vio que
Rústico no le pedía más meter el diablo en el infierno, le dijo un día:
- Rústico,
si tu diablo está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me
deja tranquila; por lo que bien harás si con tu diablo me ayudas a
calmar la rabia de mi infierno, como yo con mi infierno te he ayudado a
quitarle la soberbia a tu diablo.
Rústico, que de
raíces de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le
dijo que muchos diablos querrían poder tranquilizar al infierno, pero
que él haría lo que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era
tan raramente que no era sino arrojar un haba en la boca de un león; de
lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios cuanto quería, mucho
rezongaba.
Al cabo de un tiempo, Alibech debió volver a Cafsa, pues había muerto su padre y le había dejado una gran herencia. Por esa razón, un apuesto joven llamado Neerbale le pidió la mano, para gran
placer de Rústico y contra la voluntad de ella. Alibech no paraba de llorar por tener que dejar el desierto. Una vez en casa, las mujeres del barrio preguntaron a Alibech en qué servía a Dios en el
desierto. Repuso que
le servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había
cometido un gran pecado al haberla arrancado de tal servicio. Las mujeres preguntaron:
-¿Cómo se mete al diablo en el infierno?
La joven, entre palabras y gestos, se lo mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se ríen, y dijeron:
-No estés triste, hija, no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios Nuestro Señor en eso.
Como sabréis, todos los cuentos del Decamerón están destinados a edificar a las jóvenes damas y este no podía ser de otro modo, así que Boccaccio, en boca de Dioneo lo acaba con las siguientes palabras: "Y por ello vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la
gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello
es cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y mucho bien puede
nacer de ello y seguirse".
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