domingo, 26 de agosto de 2018

Milagros de santos X: los libros de plomo del Sacromonte

Una cosa que me flipa de los relatos de milagros de santos (y, créanme, he leído ya unos cuantos) es que siempre que aparecen unos huesos por ahí tirados en cualquier lado, en seguida se les atribuye a tal o cual santo. ¡Ni que estuvieran los huesos etiquetados con nombre y apellido!

Lo que pasa es que en el caso que nos ocupa, hubo quien quiso tratar de usar eso a su favor. Lo que pasa es que cantaba mucho que se trataba de un tongo, probablemente la mayor falsificación de la historia de España, tanto que, de conocer el caso, Orson Welles no dudaría en incluirlo en su ensayo sobre la estafa artística de 1973, F for Fake. Se trata del famoso fiasco de los libros plúmbeos del Sacromonte de Granada, entonces llamado Valparaíso.

La historia tiene un pequeño prólogo y es que en 1588, durante la demolición de una torre andalusí para ampliar las obras de la catedral (¡qué manía tenemos de destruir todo lo anterior!), aparecieron unos huesos y enseguida la muchedumbre dijo que debían ser de San Cecilio, un santo del que no se sabía absolutamente nada y que a partir de aquel momento pasó a ser el patrón de Granada. Así, por sus santos cojones.


Y ahora vamos a la historia propiamente dicha: en 1599 aparecieron en una cueva del Sacromonte (en el mismo lugar donde luego se elevó el santuario que todavía existe) 223 planchas circulares de plomo (sí, ¡de plomo!) de unos diez centímetros que formaban 21 libros. Las planchas estaban grabadas con dibujos indescifrables y textos en latín y en extraños caracteres parecidos a los árabes, que se dieron en llamar salomónicos. Se imprimieron un par de copias en papel y se enviaron, entre otros, a los moriscos Miguel de Luna y Alonso del Castillo para que las tradujeran. Ellos los interpretaron como el quinto evangelio, revelado por la mismísima Virgen María en árabe para ser divulgado en España y que llevaban enterrados ahí siglos. ¡Ahí es nada! En seguida surgió la devoción popular ante tan magníficas apariciones en poco más de diez años: la de las supuestas reliquias de San Cecilio y la del supuesto quinto evangelio.

Hasta ahora hemos omitido el contexto socio-político en el que se encontraba Granada en aquellos años, pero la situación de los moriscos que se quedaron en España tras la conquista de Granada era cada vez más delicada, pese a que los Reyes Católicos prometieron permitirles vivir en armonía con los cristianos. Pero la realidad es que para entonces estaban a punto de ser expulsados, cosa que realmente pasó en 1609. En seguida, los libros plúmbeos y los huesos fueron enviados al Vaticano, donde estuvieron hasta el año 2000, en que Ratzinger los devovió a Granada. Las autoridades eclesiásticas declararon que los libros eran un tongo y no debían ser tenidos en cuenta, bajo amenaza de herejía, pero, increíblemente, ¡los restos de San Cecilio sí fueron considerados auténticos! ¡Toma coherencia!

En fin, las autoridades eclesiásticas en seguida se dieron cuenta de que los libros de plomo en realidad eran una falsificación y culparon a los propios Miguel de Luna y Alonso del Castillo de montar todo el tinglado. Al parecer, ambos cometieron tamaña falsificación con la intención de demostrar que los moriscos también eran cristianos y no solo eso, sino específicamente elegidos por la mismísima Virgen para revelarse. Lo que pasó es que el tiro les salió por la culata.

¡Pero qué cara más dura tienen las autoridades eclesiásticas! Cuando les conviene, bien que permiten que historias totalmente apócrifas se propaguen, pero no fue así en este caso, porque estaba de por medio la posibilidad de expulsar a unos ciudadanos que eran molestos para el entonces poderosísimo estado español.

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