Todos tenemos en casa una figurita del gallo de Barcelos, símbolo de Portugal. Por lo menos en mi casa había una que traje del país vecino en una excursión de fin de curso y duró hasta que se rompió.
¿Y por qué hablo de esto en esta sección? Porque este símbolo se debe a un milagro. Según la leyenda, hace mucho tiempo en la villa de Barcelos, al norte de Portugal, se había cometido un crimen que tenía muy preocupados a los vecinos del pueblo, máxime cuando no se había encontrado al culpable. Resulta que un anónimo gallego andaba de paso (en estos milagros siempre tiene que haber un gallego de por medio). Interrogado sobre qué hacía ahí, dijo que se encontraba peregrinando hacia Santiago de Compostela, cosa que no creyeron. Ni siquiera creyeron que fuera devoto de Santiago ni de San Pablo ni de la Virgen.
Lo juzgaron y se le condenó a la horca. Como último deseo, antes de ser colgado, pidió que lo llevaran ante el juez que le había condenado, al que encontraron en un banquete, comiendo gallo asado.
El gallego dijo:
- Soy inocente. Tan cierto como que cuando me ahorquen va a cantar ese gallo.
Obviamente, todos se rieron, pero cuál sería su sorpresa cuando en el preciso momento en el que lo ahorcaron, el gallo revivió del plato y se puso a cantar.
Me pregunto en qué estado estaría el gallo cantarín... o a lo mejor es que no lo habían hecho bien en el horno. El caso es que inmediatamente liberaron al acusado, que todavía no se había muerto.
Lo que no entiendo es por qué al gallego no lo hicieron santo, porque como hemos visto en esta sección, ha habido santos con milagros mucho menos notorios, sin ir más lejos San Benito, uno de cuyos milagros fue arreglar un colador. Tal vez por ser extranjero no lo canonizaron. Ni siquiera ha llegado su nombre hasta nuestros días. En vez de eso, decidieron ponerse a vender gallitos de cerámica como locos.
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