El texto que publico a continuación fue la primera tarea del taller de crítica cinematográfica de la ECAM y la revista Caimán. Cuadernos de Cine, dirigido por Juanma Ruiz y Jara Yáñez, en el que estoy tomando parte. Lo publico incorporando las sugerencias de los tutores y también de Carlos Escolano. Gracias a los tres.
A
toda máquina hacia ninguna parte
Siempre es de agradecer una buena película de ciencia-ficción. Y Rompenieves (Snowpiercer),
dirigida por el coreano Joon-ho Bong (Memories of Murder,
The Host), lo es. La trama, basada
en el cómic francés Le transperceneige (creado por Jacques
Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette), es sencilla: en un
futuro cercano la tierra está cubierta de nieve. Tras la catástrofe
tan sólo logran salvar la vida los pasajeros de un tren que no puede
parar y que recorre todo el mundo a gran velocidad en un continuo
bucle. Los viajeros “de tercera clase” son maltratados por las
fuerzas de seguridad de este pequeño estado carcelario hasta que los
miserables, liderados por Curtis (Chris Evans), deciden hacer la
revolución y tratar de acceder, con la ayuda de un experto en
seguridad drogadicto (Kang-ho Song), a los vagones de cabeza, donde
se encuentran los ricos y poderosos y, en especial, el ideador de
todo el tinglado, Wilford (Ed Harris), una especie de mago de Oz al
que es dificilísimo acceder, pues no se mezcla con la “chusma”.
Lo primero que llama la atención de
esta coproducción coreano-británico-estadounidense, pese a lo
novedoso de su aspecto visual, es su deuda con películas que ya son
clásicos del género (The Time Machine, Logan’s Run, Mad Max,
Dark City, Matrix) y el hecho de contar en el reparto con John
Hurt (1984 de Michael Radford) así lo demuestra.
Estas pistas nos llevan directamente a
lo que quizá sea lo más interesante y llamativo de la película: su
mensaje político-social, cuya lectura es clara. Estamos en un mundo
en el que siempre ha habido (¿habrá?) clases sociales
diferenciadas. Si, llegado el caso de revolución, un líder de las
clases bajas tuviera tanto apoyo popular que lograra acercarse al
auténtico poder, esto probablemente no sería visto como una
subversión de las leyes eternas de las clases dentro del tren
(metáfora de la sociedad actual), sino tan sólo como un mal menor,
un pequeño cambio en el statu quo que hay que aceptar. El
establishment lo aceptaría y ofrecería esa persona
tentaciones que harían que abandonase la gente por la que
inicialmente luchaba ¿Les suena familiar?
La fotografía de Kyung-pyo Hong, con
momentos de gran belleza plástica, nos ayuda a descifrar el sentido
más profundo de la película. Así, cuando los revolucionarios van
pasando de un vagón a otro, en busca de la cabeza del tren sin saber
con qué se van a encontrar, el diseño de la iluminación de cada
vagón está planteada con un tipo de luz diferente, pasando de la
oscuridad más absoluta en la que viven los desposeídos hasta la
claridad total de los vagones de frente y, en especial, de la
locomotora.
Por otra parte, el hecho de que haya un
infiltrado del poder entre las clases bajas hace pensar en la
situación política mundial actual y recuerda a una película
reciente en la que también se planteaba esta situación: Promised
Land de Gus Van Sant.
La tesis de la película es que prácticamente nada puede con el sistema establecido, capaz de regurgitarlo y de reciclarlo todo, a no ser que se lo destruya por completo. En este caso, sólo en la fría nieve, viviendo como ermitaño, fuera de la sociedad, podrá el ser humano volver a ser eso, humano. ¿Quién se atreve a bajarse en marcha?
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