viernes, 14 de diciembre de 2012

Crítica de la obra de teatro "Doña Perfecta"

Siempre se dice que el teatro de Ramón María del Valle-Inclán no ha sido lo suficientemente representado, pero ese adagio sería aún más cierto aplicado al teatro de Benito Pérez Galdós, tan alabado por sus novelas y sus episodios nacionales, pero que, en mi opinión, tiene su fuerte en el teatro y en ese género que quizá inventó él, la novela dialogada, mezcla de teatro y narrativa. Llevaba mucho tiempo deseando ver en escena alguna obra de Galdós, el que quizá sea mi escritor favorito, pero no había tenido la ocasión hasta ayer, cuando cumplí un sueño que llevaba tiempo esperando y tengo que decir que la experiencia no me defraudó en absoluto.


Conocía la obra por la novela y por la versión cinematográfica mexicana, que iba a dirigir Buñuel y finalmente realizó Alejandro Galindo, pero aún no he leído la versión teatral de la novela (el escritor canario adaptó él mismo muchas de sus novelas al teatro). En todo caso, es curioso que, según indica el propio Ernesto Caballero, director del montaje que estos días se puede ver en el teatro María Guerrero de Madrid, para esta versión se utilizaron más los diálogos de la novela que los de la obra teatral.

Sea como fuere, lo cierto es que la obra (el texto más el montaje) me encantó, me hizo pasar un muy buen rato. Quizá este juicio se debe en parte a la mala impresión que me llevé en mi reciente visita al montaje de La vida es sueño de Helena Pimenta (no me puedo creer el éxito que ha tenido una versión tan pobre de un texto tan bueno y tan famoso, ni que parte del público se levantara para aplaudir a su finalización) y Doña Perfecta me haya gustado más por comparación.

Todos los actores fueron, en mi opinión, solventes, destacando especialmente la labor de Alberto Jiménez, que encarna al sacerdote don Inocencio, que ayuda a doña Perfecta en su intento de soliviantar y echar de Orbajosa a Pepe Rey. El actor, de una gran vis cómica, sin caer en lo chabacano, le da al personaje una gran carga psicológica, logrando representar perfectamente la mezcla que hay en el personaje de falsedad, mezquindad y lo sibilino que puede llegar a ser un moralista falto de escrúpulos como él.


Quizá el único aspecto del montaje que no me gustó fueron las dos cancioncillas pop en inglés que el director ha plantificado en medio de la obra, suponemos que para actualizarla. Estoy casi seguro de que a un anglófilo acérrimo como el señor Galdós no le gustarían.

En cuanto al texto (me gustaría revisar de nuevo la novela y el texto de la obra para comprobar las diferencias de las que habla el director), Galdós de nuevo triunfa al representar el habla viva del pueblo y sus diferentes estratos e incluso las diferencias de sexo, creando así unos personajes vivos, complejos, multifacéticos, nada arquetípicos y muy creíbles.

En resumidas cuentas, recomiendo a todo el mundo y, en especial, a todo galdosiano (que me consta que los hay) a que acuda al teatro a ver esta magnífica obra excelentemente puesta en escena por el Centro Dramático Nacional.

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