Una risa rota
¿Por qué las películas de Ernst Lubitsch hacen reír? Es una
pregunta difícil de responder. Mucho se ha hablado y escrito sobre el famoso
“toque Lubitsch” y hay que empezar por decir que algunas de sus películas, y en
especial Ser o no ser (To Be Or Not To Be, 1942), no tuvieron
mucho éxito en su día, quizá porque el público pensó que hacer chistes a costa
del nazismo no era gracioso (algo similar le pasó a Chaplin con su The Great Dictator [El gran dictador, 1940]). Hoy en día,
acostumbrados a Borat y a Muchachada Nui, tal vez sí nos provoque la risa
histérica que debía causar en su momento.
Algo que tienen todas las películas de Ernst Lubitsch es que al
principio presentan las reglas de su juego: muestran sus cartas y, aun así,
todas logran sorprender al espectador. ¿Cómo lo hacen? Jugando con las
expectativas de un público acostumbrado a los enredos de las comedias
hollywoodienses, pero siempre yendo un poco más allá, burlándose de él,
driblándolo.
Las reglas de cada película de Lubistch son diferentes (el caso más radical tal vez sea en una de sus películas mudas, Die Puppe, cuando el propio director aparece en escena y monta un teatrillo con unos muñecos del que surgirá la película propiamente dicha). En el caso que nos ocupa ahora, el equivalente al teatrillo sería una Varsovia de cartón piedra realizada en estudio (y no por falta de medios, Lubitsch lo quiere así). A continuación vemos los nombres de los tenderos polacos, todos acabados en “-insky” y… adivinen cuál es el primero. Pues sí, “Lubinsky”. Ahí tenemos de nuevo la firma del autor, siempre jugando con nosotros, espectadores.
Las reglas de cada película de Lubistch son diferentes (el caso más radical tal vez sea en una de sus películas mudas, Die Puppe, cuando el propio director aparece en escena y monta un teatrillo con unos muñecos del que surgirá la película propiamente dicha). En el caso que nos ocupa ahora, el equivalente al teatrillo sería una Varsovia de cartón piedra realizada en estudio (y no por falta de medios, Lubitsch lo quiere así). A continuación vemos los nombres de los tenderos polacos, todos acabados en “-insky” y… adivinen cuál es el primero. Pues sí, “Lubinsky”. Ahí tenemos de nuevo la firma del autor, siempre jugando con nosotros, espectadores.
Otra constante del cine de Lubitsch es el juego a la
ambigüedad durante largos tramos de una película, hasta un momento en que los
personajes muestran sus verdaderos sentimientos y pretensiones. Mucho ha sido
comentado este hecho en relación con Angel
(1937), pero también es parte clave de otra de las cintas más importantes para
conocer la poética del cineasta, The Shop
Around the Corner (El bazar de las sorpresas, 1940), y muchas otras. En To Be Or Not To Be, Maria Tura (Carole Lombard) se nos muestra
desde el principio como una figura ambigua, pues, pese a sus devaneos, nos da
la sensación, como espectadores, que en algún momento se va a redimir de su
infidelidad crónica. Sólo al final de la cinta se deduce la verdad cuando, en
el famoso monólogo hamletiano interpretado por su marido, que servía para
avisar a su amante del momento del encuentro, marido y amante se sorprenden de
haber sido ambos engañados por un tercero con el mismo viejo truco.
Otra cosa que hace a menudo Lubitsch es desprestigiar a un
personaje indirectamente. Así sucede con los soldados alemanes cuando Bronski
(Tom Dugan), un actor mediocre (al que hasta una niña reconoce cuando sale a
las calles de Varsova disfrazado de Hitler) les ordena que se tiren por la
puerta del avión (también de cartón-piedra) y estos lo hacen.
Han tenido que pasar 70 años para que esta película nos produzca lo que probablemente el director quería provocar: una risa rota.
Han tenido que pasar 70 años para que esta película nos produzca lo que probablemente el director quería provocar: una risa rota.