miércoles, 9 de julio de 2014

Crítica de "Cosmópolis"

¿Quién engrasa los engranajes del sistema?


De todos es sabido que en el pasado clásico, el objetivo del arte era mostrar lo bello. Sin embargo, con el paso del tiempo se han hecho importantísimas obras de arte que no tienen ese objetivo, sino otros: conmover, educar, asustar, horrorizar, informar, sacudir, buscar el rechazo, mover a la acción e, incluso, aburrir. En mi opinión, estamos en un momento en el que, tras ver una película, no se trata de decir "me ha gustado" o no, sino, mejor, de discutir si nos ha interesado o no. De la que sin duda ha sido una de la grandes películas españolas del último año, El futuro, de Luis López Carrasco, nadie puede decir que le ha "gustado". Sin embargo, es patente de que se trata de una gran película. Un amigo cinéfilo, tras verla, salió diciendo: "¡Qué mala es! ¡Demuestra la mierda de país en el que estamos!". Pero... ¿y si eso es lo que quería trasmitir el autor al llevar a cabo esa obra?


Algo parecido sucede con Cosmopolis (Cosmopolis, 2012), película de uno de mis directores favoritos, David Cronenberg, que se me escapó durante su fugaz paso por las pantallas madrileñas y ahora tengo ocasión de repescar gracias a La Casa Encendida y a Jordi Costa. Tras la proyección, Costa dijo que se trata de una película "antipática", comentario que causó un gran revuelo entre el público. Creo que lo que quería decir es que se trata de una película que, al igual que El futuro, no pretende "gustar" sino plantear una serie de temas sobre el momento que vive la economía y la sociedad occidental e, incluso, mundial (y que, por otro lado, suscita numerosos puntos de debate, incluso se podría decir que hay en ella una sobresaturación de ideas, aunque, eso sí, todas pertinentes al tema de la película). Lo que más desconcierta es que tampoco se trata de un film que pretenda "informar" o "mover a la acción", como si de un documental al uso se tratase, pues la película nos muestra cómo los tiburones de las finanzas pueden hundir empresas y personas (así se lo dice al protagonista su barbero) y a los movimientos antisistema como entes que tan sólo pueden hacer pequeñas heridas superficiales a los que hacen moverse el sistema. Así, los que en la película llaman "anarquistas" (recordemos que el libro de Don DeLillo fue escrito antes de acuñarse el término "indignados") tan sólo logran pintar la limusina del protagonista y menear su coche, incomodando un poquito su conversación con una de sus citas de trabajo o bien profesionales (no hay distinción entre ambos en la poética de la película ni tampoco, se nos viene a decir, en el día a día del ser humano del siglo XXI). Tampoco el "terrorista tira-tartas" (personaje encarnado por Mathieu Amalric) le hace el más mínimo daño, es una especie de caza-autógrafos que se jacta de haber tirado tartas a todo tipo de personalidades famosas.

Cosmópolis es entonces, lo que Carlos Losilla llama un film "contemporáneo", no ya "postmoderno", sino que va un paso más allá. Según el profesor de Teoría del Cine, en este tipo de cine lo fluido, lo líquido marca las películas más radicales de los últimos años. Así, en Cosmópolis las acciones de los personajes son fluidas, como el deambular de la limusina del protagonista: nadie acaba nunca las acciones que empieza, que tampoco son tomadas muy en serio, sino más bien como pasatiempos, como jugar un ratito a una aplicación en el móvil o comprar y vender unos millones de yuanes. Acciones sin importancia. Los personajes no comen a una hora determinada, sino que las comidas son como el resto de las acciones que acometen: meros altos en el camino en un viaje a ninguna parte. No hay momentos de trabajo y de asueto. Todo está mezclado. Se trata de un continuum de pequeñas tareas en las que a penas fijamos la atención. Así, a la esposa del protagonista la vemos abandonar el teatro en el descanso y, luego, en una librería, hojeando, pero no leyendo. También el protagonista dice hojear libros, no leerlos.

Parece que de la poética de DeLillo y Cronenberg se desprende una constatación básica y es que los engranajes que mueven el sistema están bien engrasados y hay poca cosa que podamos hacer para evitarlo, ya que, como también indican dos películas recientes (Promised Land de Gus Van Sant y Snowpiercer de Joon Ho-Bong), los enemigos del sistema realmente juegan a favor de él.