jueves, 18 de enero de 2018

Milagros de santos VI: San Cipriano, patrón de los magos

San Cipriano de Antioquía (no confundir con el de Cartago), patrón de los magos, vivió en el siglo III y es una figura muy polémica. En primer lugar, porque unos dicen que era un mago blanco y otros, un mago negro; en segundo lugar, porque había sido pagano, tras lo que se convirtió al cristianismo y llegó a ser (según la tradición) obispo de Antioquía, y en tercer lugar, porque no se sabe si lo que hacía eran milagros o magia.

Ex San Cipriano con Santa Justina, la que lo convirtió al cristianismo

A mí, personalmente, una de las cosas que más me llaman la atención de este santo legendario, es que, al parecer, en su grimorio, que tanto gustaba a Valle-Inclán, enseña cómo encontrar tesoros escondidos. ¡Hay que leerlo ya mismo! En cualquier caso, al pobre de Cipriano lo borraron del santoral en 1969 de un plumazo. El Vaticano afirmó haberlo hecho porque no se tiene constancia de que este santo existiera realmente (¿¿acaso se tiene del arcángel San Miguel o de de San Jorge, que supuestamente mató a un dragón, por ejemplo??). En mi opinión, lo "destituyeron" porque era una figura engorrosa para la Iglesia, pues pone los milagros al mismo nivel que la magia.

Leyenda de las cadenas pétreas de la catedral de Murcia

Si habéis estado alguna vez en Murcia, habréis observado que la capilla de los Vélez de la preciosa catedral de esta ciudad está adornada por unas monumentales cadenas que, aunque esculpidas en la misma piedra, da la sensación de que estuvieran pegadas. Más de uno nos hemos preguntado cómo las habrán hecho. Pues bien, una famosa leyenda murciana nos da la explicación. Y es que en el año 1500 apareció por Murcia un mendigo que dijo ser escultor y ser capaz de hacer, sin cobrar un maravedí, una cadena esculpida en piedra. Esta cadena podía rodear la capilla de los Vélez, entonces en construcción, e incluso la catedral entera. El mendigo solo pedía a cambio asilo y alimento. El marqués de Vélez, de apellido Chacón y Fajardo, le conminó con aspereza:

– De acuerdo, pero si la obra no me gusta, morirás en la horca.
– ¿Y si os gusta? – preguntó el anónimo y altruista escultor.
– Entonces salvarás tu vida.

(¡Encima! Recordad que el hombre se ofrecía a hacerlo gratis).


Tras siete años de trabajo, en la Nochevieja de 1507, la obra estaba finalizada y fue presentada al noble. Tanto él como el obispo y los séquitos de ambos quedaron maravillados por la perfección y el encanto del trabajo. A partir de entonces, todos alababan y agasajaban al artista y terminaron apodándolo cariñosamente “El Cadenero”. Cuando este anunció que había decidido marcharse y seguir su camino, el marqués de Vélez, temeroso de que pudiese realizar alguna obra parecida en otros lugares, lo mandó apresar, arrancarle los ojos, cortarle ambas manos y encerrarlo en una prisión. ¡Qué bestia! Así se garantizó para siempre la posesión de una obra de arte única.

¡No se andan con chiquitas estos murcianos!

miércoles, 17 de enero de 2018

Milagros de santos V: San Benito y el colador

No sé si estos artículos sobre supuestos milagros que escribo os hacen gracia. Probablemente no la tengan para alguien que haya sido educado ateo desde pequeño ni para alguien de una religión exótica, pongamos la budista. Sin embargo, para alguien como yo, crítico y racionalista, pero con una formación religiosa católica, estos "milagros" resultan graciosísimos. Al parecer, los milagros forman parte esencial de la religión. Es más, es obligatorio que para que alguien sea declarado santo haya hecho milagros, y tienen que ser "demostrados" en una especie de juicio que se les hace. Esto no resulta tan raro con un santo del siglo I dC, pero cuando se habla de gente contemporánea como Josemaría Escrivá de Balaguer (fundador del Opus Dei), hablar de hechos sobrenaturales y milagrosos me suena a chino. Es curioso que, para otras cosas, la Iglesia está totalmente en contra de la superstición, pero parece ser que los hechos sobrenaturales que le conviene sí los acepta. Supongo que, para ellos, los supuestos milagros son una forma de demostrar que una persona está en contacto con la divinidad.

Un colador antiguo, tal vez parecido al que arregló San Benito a base de rezos

Pero vamos al grano, la cuestión es que uno de los santos más milagreros que ha habido y que habrá es San Benito de Nursia (480-547). Según la leyenda, ya de pequeño apuntaba maneras y se curtió en esto de la milagrería nada menos que arreglando un colador viejo ¡¡a base de rezar!!

Luego parece ser que estuvo un tiempo sin hacer ningún milagro (probablemente la gente se burlaría de un milagro con tan poca ambición), pero más tarde se puso a hacerlos a tiempo completo. Ya hablamos de uno de los más sonados, que consistió en derruir un templo pagano. No sabemos si lo hizo a base de oración o al frente de un ejército de albañiles con picos.

Pero uno de sus milagros más estrambóticos es uno que relata el papa San Gregorio Magno. Resulta que un compañero de la orden monástica se estaba ahogando, entonces otro monje, llamado Mauro, fue y lo salvó. Nada milagroso aparentemente. Lo que pasa es que, según Gregorio, el auténtico salvador no fue Mauro, sino Benito, que, mientras estaba a lo suyo, muy lejos del lugar de los hechos, se dio cuenta de que estaba ocurriendo esto y, como no le daba tiempo a auxiliar al caído, se metió dentro del cuerpo de Mauro. Vamos, que lo que pasa es que se quiso anotar el punto, hablando en plata. ¡Qué cara más dura! Por otro lado, pobre Mauro, que quedó privado del mérito de su buena acción.

martes, 16 de enero de 2018

Milagros de santos IV: San Espiridón, el santo resucitón

Esto de ponerse a investigar un tema es la caña, porque te aparece por los lugares más insospechados. Resulta que un ex alumno se apellida "Spiridon". El caso es que hoy me he acordado de él y me he puesto a pensar en su curioso apellido, que me hace gracia por su sonoridad. Me he puesto a buscar de dónde venía y resultó ser el nombre de un santo milagrero, pero es que sus milagros también son de traca.


Se dice que San Espiridón, obispo de Tremitunte (Chipre), que vivió entre 270 y 348, resucitó a un bebé de una pagana que luego se desplomó muerta conmovida por el milagro, pero la cosa no queda ahí: ¡el santo después la resucitó a ella también!

Pero es que se ve que el tipo le cogió gusto a eso de resucitar a gente y en 325 resucitó a su propia hija, llamada Irene, para que ella pudiera decir dónde había escondido las joyas que le habían sido encomendadas para guardar por una matrona. Acto seguido, el alma de la chica volvió a abandonar el cuerpo.

Es decir, que resucitaba a diestro y siniestro, tanto por placer como por beneficio propio. ¡Qué pillín este Espiridón!

lunes, 15 de enero de 2018

El concilio cadavérico

La historia de los papas en la Edad Media (y no solo en la Edad Media) es parecida a la de los reyes de cualquier país, con momentos escabrosos de todo tipo, pero el siglo que va de mediados del IX a mediados del X fue probablemente uno de los más sangrientos y terroríficos en la santa sede. Los papas que conspiraban, excomulgaban o incluso a asesinaban a sus antecesores estaban a la orden del día, en un "quítate tú para ponerme yo". Quizá el suceso más estrafalario y truculento de la historia del papado en este siglo lo constituyó el llamado "Concilio cadavérico", también llamado "Sínodo del terror".

Jean-Paul Laurens: El Papa Formoso y Esteban VI (1870)

En enero de 897 el papa Esteban VI acusó a su predecesor Formoso de perjurio y de haber accedido al papado de forma ilegal y decidió juzgarlo en la misma basílica de San Juan de Letrán. Como este ya estaba muerto y enterrado desde hacía nueve meses, su sucesor ordenó que lo inhumaran, lo vestieran con las vestimentas papales y se le sentara en la cátedra pontificia, a la que se le amarró con una cuerda para que no se escurriera. Un diácono contestó a las acusaciones por Formoso, pues, claro, este no podía hablar, aunque me imagino que respondería con monosílabos o, a lo sumo, frases cortas, para que no se le pudiera acusar de que se tomaba la defensa demasiado en serio. El propio Esteban VI hizo las veces de juez.

Este hecho fue certificado en las actas del concilio romano de 898, en las que se recoge textualmente: «Un hedor terrible emanaba de los restos cadavéricos. A pesar de todo ello, se le llevó ante el tribunal, revestido de sus ornamentos sagrados, con la mitra papal sobre la cabeza casi esqueletizada donde en las vacías cuencas pululaban los gusanos destructores, los trabajadores de la muerte».

Encontrado culpable, se declaró inválida su elección como papa y se anularon todos sus actos y ordenaciones (algo paradójico, pues el propio Esteban había sido nombrado obispo por Formoso). A continuación, se procedió a ultrajar al cadáver, despojarlo de sus vestiduras, se le arrancaron de la mano los tres dedos con que impartía las bendiciones papales y sus restos fueron depositados con la mayor rudeza en una fosa donde se enterraba a los criminales. Ahí permanecieron varios meses hasta la entronización de Teodoro II (cuyo pontificado tan solo duró 20 días, antes de ser asesinado), cuando fueron restituidos a la basílica de San Pedro. Según el cronista Liutprando de Cremona, cuando el cadáver de Formoso fue de nuevo enterrado, las estatuas del Vaticano se inclinaron ante él, en lo que sería un milagro de este movido difunto.

Para evitar que se repitieran sucesos tan horribles como el sínodo cadavérico, el papa Juan IX convocó dos concilios, uno en Rávena y otro en Roma, en los que se prohibió toda acusación en tribunales contra una persona muerta.

Pero la historia de las vicisitudes de los restos de Formoso no acaba aquí, pues el papa Sergio III, al acceder el trono en 904, anuló las decisiones de Juan IX y Teodoro II y, según Bartolomeo Platina, inició un segundo juicio contra el difunto, hallándolo nuevamente culpable. El cadáver de Formoso, que ya debía estar hecho fosfatina, fue decapitado y arrojado al Tíber para que "desapareciese de la faz de la tierra". Sin embargo, según la leyenda, se enredó en las redes de un pescador, que lo extrajo de las aguas y lo escondió. Finalizado el pontificado de Sergio III, estos milagrosos restos fueron depositados en el Vaticano, donde yacen hasta el día de hoy.