sábado, 18 de octubre de 2014

Entrevista con Jordi Costa

Retomo el blog pese a la pereza que me caracteriza y que en los últimos meses me han impedido actualizarlo con la frecuencia que quisiera. ¿A qué se debe este hito? Pues a la sencilla razón de que esta entrevista con Jordi Costa ya me la envió tecleada y a que quiero publicarla hoy para que sirva como anticipo y publicidad de la sesión del cine-fórum La Claqueta de esta tarde, en la que Costa 'himself' presentará Geuk jang jeon (Un cuento de cine, Sang-soo Hong, 2005). ¿Cómo presentar a Jordi Costa? Simplemente diría que, tras Carlos Boyero, hoy por hoy es el crítico con más seguidores de España y un referente de la modernidad en este país. 

"Nuestra industria cultural y nuestro mercado son débiles y pequeños"


En La Tabacalera. Foto: De la Vega

– ¿Cómo fueron tus inicios en el mundo de la crítica?

– La verdad es que empecé muy joven, demasiado, pero no escribiendo crítica de cine, sino de cómics. Tenía 15 años y el primer Salón del Cómic de Barcelona supuso tal impacto que me lancé a escribir una crónica. Por una serie de azares –básicamente, el azar de coincidir en un quiosco con un tipo que trabaja como maquetista para las revistas de Josep Toutain–, el texto fue a parar a manos del editor de Creepy y 1984, que me llamó y me felicitó. Me crecí tanto que decidí recorrer editoriales con ese texto bajo el brazo: en El Víbora me dieron una columna de opinión que ahora me daría mucha vergüenza releer. Desde ese momento, nunca dejé de escribir y publicar y, poco a poco, la cosa se fue convirtiendo en un oficio. En segundo de carrera entré a trabajar en la redacción de la revista Quimera, donde también colaboraba José María Latorre. Fue él quien me dio la oportunidad de colaborar en Dirigido por... y así me convertí en crítico de cine. El cine me había gustado siempre y no lo viví como una radical transformación profesional: una cosa llevó a la otra y me pareció un paso natural. Es cierto que, ahora mismo, alguien que empiece a esa edad escribiendo mucho mejor de lo que lo hacía yo entonces no lo tendría tan fácil para entrar en un medio profesional. Hay menos trabajo para todos y el mundo profesional se resiste a la movilidad y a los relevos generacionales.

Durante su charla en el cine fórum La Claqueta. Foto: De la Vega

– A menudo, dentro del mundo de la crítica, se te presenta como una especie de héroe por mantener a una familia con eso de la crítica (aunque en realidad también escribes y coordinas libros, has programado ciclos y festivales, has comisariado exposiciones, etc). ¿Es el oficio de crítico algo de solteros? O, yendo un poco más al fondo de la cuestión, ¿es que la industria cultural en este país es tan escuálida que ganarse la vida con algo intelectual es prácticamente una tarea digna de encomio?

– Nuestra industria cultural y nuestro mercado son débiles y pequeños. El oficio de crítico no tiene por qué ser un trabajo de solteros, aunque no creo que haya nadie que pueda estar viviendo ahora mismo de la crítica de cine. Yo he tenido muchos otros trabajos: en los últimos años, a mí me ha salvado la vida la docencia y en ello sigo.

– ¿Qué hace un anglófilo como tú en un nido de francófilos como Caimán? ¿Y alguien tan ecléctico como tú en un nido de talibanes fílmicos? ¿Tal vez te tienen como el periódico de derechas tiene un columnista de izquierdas, para justificarse y mostrarse como imparciales?

– Es cierto que mi revista de referencia es antes Sight&Sound que Cahiers du Cinéma, pero yo disfruto leyendo todo tipo de crítica. Y, por otra parte, cuando Cahiers España pasó a ser Caimán CdC su material de importación dejó de ser el de Cahiers para pasar a proceder de Sight&Sound y Film Comment. Tampoco creo que Caimán sea ningún nido de talibanes: hay gente muy distinta escribiendo allí y creo que es la publicación más receptiva a esos relevos generacionales de los que hablábamos antes. También es una de las que menos paga. Siempre he tenido muy buena relación con Carlos Heredero, que no me ha considerado como ninguna mascotilla frívola en un nido de talibanes ni nada parecido: lo primero que me pidió, en su día, fue un texto sobre Kaurismaki para un libro colectivo del festival de Gijón y lo último que he escrito en Caimán ha sido uno de los que he podido afrontar con mayor placer y libertad últimamente; una comparación entre Perdida y Magical Girl a partir de su tratamiento del arquetipo de la mujer fatal. Sí es cierto que, en mayor o menor grado, cada publicación te encasilla en cierto sentido. Así, en Caimán suelen acordarse de mí cuando hay que escribir cosas de animación, que, por otra parte, siempre suelen ser un gusto. No me gusta la figura del crítico que se considera propietario de una determinada parcela o de un determinado autor, porque eso siempre empobrece. Creo que el crítico tiene que probarse más allá de sus afinidades y especialidades. O sea que estoy encantado de que me llamen para hablar de animación, pero todavía lo estoy más cuando en la naturaleza del encargo no percibo ningún apriorismo o encasillamiento.

Foto: De la Vega

– ¿Por qué te quemas tanto con Amenábar? ¿No te da un poco de penita? ¿Te gustaría que alguien escribiera Mis problemas con Jordi Costa?

– Para no quemarme tanto hice un tebeo. Lo que se cuenta en el tebeo es estrictamente cierto: tuve una serie de anécdotas reales con Amenábar y su entorno que quizá condicionaron mi mirada y objetividad sobre su cine. Por tanto, el lenguaje del tebeo me permitía hablar de eso con mayor propiedad que lo que me permitiría una crítica. No obstante, el fenómeno Amenábar –y eso lo sigo pensando– significó algo no especialmente bueno para el cine español: supuso la entronización de un modelo muy concreto que, hasta que no ha entrado en crisis, no ha permitido la emergencia de nuevas miradas, estéticas y sensibilidades. O sea que Mis problemas con Amenábar era una manera de esquivar la crítica al cine de Amenábar, pero, al mismo tiempo, es una prolongación de mi labor de crítico por otros medios. Mis problemas con Jordi Costa ya existe, de hecho: es una brillante página de historieta de Juarma López. Algunos años antes, Carlo Padial también me dedicó una historieta, en la que me mostraba tirándole los tejos a Ewan McGregor, matando a Ray Harryhausen y enterrándole en una zanja de los GAL. Todo hecho con un gran talento.

– El circunloquio caracteriza tu prosa oral y escrita. ¿Es que gusta "no ir al grano"?

– Aquí podría ponerme estupendo y hablarte del desvío y del modelo de discurso de Robert Walser: de la metáfora de la sopa y de la estrategia de ir convirtiendo el centro en periferia, etc, etc. Pero dejémoslo en que, por suerte, cada crítico tiene sus maneras, estilos y estrategias: para mí, cada película no es algo que empieza y termina en sí misma, sino que es parte de una historia cultural más amplia. Lo que me gusta es partir de una determinada obra para rastrear ecos y relaciones. Hay quien abomina de eso y hay a quien le resulta interesante. Yo no puedo hacer nada: es mi naturaleza y seguiré haciéndolo hasta que ya no me sea posible.

Foto: De la Vega

– ¿Cómo te ha dado por saltar de la crítica a la realización cinematográfica, como hicieron los de la Nueva Ola francesa? ¿No te sientes un poco en la picota al exponerte a posibles críticas de los que tú has criticado anteriormente?

Es muy curioso que la pregunta que más me han hecho al respecto sea precisamente esta: como si el convertirte en director te transformase automáticamente en diana para satisfacer venganzas y cuentas pendientes. Casi como si el mundo de la crítica fuese una tragedia isabelina, cuando se trata de algo mucho más prosaico. Decidí hacer esas dos películas porque, en ese momento y tal y como vino la propuesta, me pareció algo no demasiado trascendente: un juego. Al mismo tiempo, también he dicho muchas veces que es una buena terapia para el crítico: pasar al otro lado y darte cuenta de lo poco que sabes una vez estás en la pista del circo, por así decirlo. Las dos películas que he hecho son más películas de crítico que de cineasta y eso, en el fondo, es algo perverso. No esconderé que, en buena medida, esas películas son mensajes en una botella lanzados al mar para que los recoja otro crítico y descifre su mensaje. Y eso es algo anti-natural, por supuesto. No obstante, tengo la satisfacción de haber encontrado al otro lado a muchas voces que han dado acuse de recibo. También hay gente que odia las películas: si esas películas no hubiesen enfadado a quien tenían que enfadar, hubiese podido darlas por fracasadas. No fue así, pero la verdad es que veo muy difícil volver a dirigir, porque no es sano dirigir a la intemperie, en esas condiciones de máxima precariedad, que te dan la mayor libertad del mundo y, al mismo tiempo, las máximas restricciones para poder ejercer esa libertad con la respiración que merecería.