Hoy ha comenzado la undécima edición de DocumentaMadrid, festival de documentales de Madrid, con la proyección de The Armstrong Lie
(Alex Gibney, 2013), presentada fuera de concurso, y mientras la digiero, para abrir boca presento la entrevista exclusiva que hice el año pasado a una de los tres directores del film ganador de la sección oficial de largometrajes de la pasada edición del festival, por la que mi querido José Manuel Robado de Cine Crítico me pagó pero que nunca publicó. Imagino que nuestro compromiso de exclusividad ya habrá expirado un año más tarde. Como me da pena que el trabajo que hice caiga en saco roto, aquí se la presento, queridos lectores. Espero que les guste.
“The Act of
Killing demuestra el poder de la ficción”
The Act of Killing
es una película única. La cinta nos mete en la piel de los auténticos
perpetradores de un genocidio gracias a una mezcla muy especial de documental y
ficción. También ha sido especial el trato comercial que ha recibido un
documental como este en un país como España, donde este tipo de cine no suele
llenar salas. Después de haber ganado el premio de la sección oficial de
largometrajes de la pasada edición de DocumentaMadrid, The Act of Killing ha sido estrenado en salas comerciales, en las
que ha permanecido más de un mes en cartelera y ahora Avalon prepara su edición
en DVD.
Christine Cynn es, junto a Joshua Oppenheimer y otra persona que decidió permanecer en el
anonimato, la directora del film. En esta entrevista exclusiva para Cine
Crítico, la directora nos habla del proceso de filmación de una película sobre
la guerra civil indonesia, un conflicto que, pese a haber ocurrido a miles de
kilómetros de aquí, resulta tener muchos puntos de conexión con la guerra civil
española. La paradoja de la que parte la película es que para denunciar la
brutalidad con que una serie de gángsters acabaron con los comunistas en el
país recurren a retratar a varios de estos gángsters, en especial a uno de
ellos: Anwar Congo, verdadero
protagonista de la película, que accede a recrear algunas de sus “hazañas” y a
mostrar a la cámara sus métodos de tortura y asesinato.
¿Cómo
contactasteis a Anwar Congo?
-Josh y
yo llevamos trabajando en Indonesia desde 2001. La idea era hacer un documental
sobre los intentos de un grupo de personas de formar un sindicato (The Globalisation Tapes, 2003). Resultó
que una de las razones por las que era difícil formar un sindicato en Indonesia
era por causa del genocidio de 1965 y para nuestra sorpresa, cuando estábamos
ahí, nos dijeron que las víctimas vivían mezcladas con los mismos que
perpetraron la matanza, sus tíos, padres y hermanos. Desde ese momento fue una
especie de punto de inflexión en el conocimiento de los perpetradores. Fue como
una misión que nos enviaron los supervivientes. Nos dijeron: “deberíais ir
vosotros y preguntarles” y tenían razón. Los gángsters resultaron ser
extremadamente abiertos y para nosotros fue una conmoción extrema, porque nos
contaron lo que hicieron con todo detalle y, después de rodar aquella película,
sobre todo Josh se volvió obsesionado con encontrar más perpetradores. Siguió
la línea de mando y, como resultó que ellos no tienen miedo de hablar de esto,
cada persona le ponía en contacto con otras tres o cuatro. Así, Josh conoció y
entrevistó a otras 40 personas antes de encontrar a Anwar en 2005. Anwar fue el
número 41. En aquel momento ya habíamos rodado bastante a supervivientes y
perpetradores: llevábamos un largo proceso.
-Es
curioso ver cómo Anwar sufre remordimientos por lo que ha hecho pero, al mismo
tiempo, se muestra orgulloso de haber acabado con los comunistas en su país e
incluso muestra el modo en que los torturaban y los mataban.
-Sí. Es
una contradicción. Anwar vive en una contradicción y no envidio la posición en
la que está. Es una contradicción muy dura.
-Mientras
estaba viendo la película (en cuya presentación leíste una misiva enviada por
una de las montadoras de la cinta, la española Ariadna Fatjó-Vilas, que creo que fue muy pertinente) se me estaba
poniendo la carne de gallina al ver lo parecida que fue la guerra en Indonesia
a la guerra civil española, según nos cuentan nuestros abuelos.
-Si
tienes la suerte de que te hablen de eso, porque mucha gente prefiere olvidar.
-En mi
opinión, la gente está empezando a analizar un poco fríamente lo que realmente
pasó en la guerra española ahora, tras casi 80 años, así que es probable que en
Indonesia aún tarden unos cuantos años más.
-Es
difícil predicir cuánto se tardará, pero, desde luego, se han plantado las
semillas y ha comenzado el debate. La película ha tenido bastante repercusión
en la prensa de Indonesia. Tempo, una
de las principales revistas del país, publicó un par de artículos sobre ella y
sacó una edición especial a raíz de la película conmemorando las matanzas de 1965.
Es muy importante y muy bueno como punto de inicio intentar hablar de esto,
porque hasta ahora no se hablaba de este tema, que ahora empieza a recibir
discusión pública. La película se ha proyectado mucho en Indonesia por parte de
activistas de los derechos humanos. Me parece que en total se ha proyectado más
de 300 veces en ese país, que es lo que más nos satisface.
-Una de
las cosas que más me gusta de la película es que incluye dudas, contradicciones
e incluso su propio proceso de rodaje, como, por ejemplo, cuando los gángsters
deciden parar de mostrar cómo torturaban y mataban a los comunistas porque
demostraría que no era cierto lo que habían venido diciendo hasta ahora de que
los comunistas eran crueles. Hacer la escena como estaba planteada en un
principio demostraría que eran ellos mismos los que eran crueles. Algo similar
ocurre cuando un ministro indonesio anima a los actores a actuar de un modo
despiadado en la recreación de la matanza, para luego decidir hacerlo un poco
menos exagerado, al considerar que la primera versión no daba buena imagen a su
partido. Todo esto lo vemos nosotros dentro de este trabajo en proceso que es The Act of Killing.
-Sí.
Eso es muy importante porque, por un lado, los detalles de la matanza permiten
que existan críticas. Hubo un montón de propaganda que puso a los comunistas
como los malos y merecedores de castigo que recibieron: asesinatos y muchas
reclusiones (un detalle que no se ve en la película: cientos de miles de
personas fueron enviados a campos de concentración durante muchos años). Por
otro lado, se trata de gente cuyo trabajo era aterrorizar a los demás. Su
ganancia consistía en que otra gente les temiera. Ahí está el sentido de cuando
el ministro decide volver a rodar de un modo menos sangriento pero dice “no
borréis esas imágenes, porque sirven para que se vea que podemos ser incluso
peores que eso”. Estaban exactamente midiendo ese tipo de equilibrio: por un
lado, tenemos que mostrarnos duros pero, por otro, si parecemos abusadores de
derechos humanos va a haber un problema, no un problema legal, porque esos
crímenes ya han prescritos, pero un problema de imagen. De eso trata la
película, de cómo la gente los ve y cómo ellos maniobran en ese sentido: entre patriotas
y asesinos.
-Otro
de los aspectos que más me gustó de la película es cómo las dramatizaciones de
sucesos reales hacen que los niños lloren y que incluso los mayores se sientan
mal, aun sabiendo que se trata simplemente de teatro, como cuando Anwar
pregunta al cámara si cree que los que él mató se sintieron tan mal como él
cuando fingió su propia muerte y éste le responde que no, que se sintieron
mucho peor porque sabían que iban a morir de verdad. La dramatización saca la
verdad de la gente y los fantasmas son liberados.
-Sí, es
así y precisamente el hecho de que los actores se emocionen y el que algunas
partes de nuestra película parecen prácticamente de ficción han llevado a
algunos espectadores a pensar que estos personajes estaban encarnados por las
víctimas reales, cuando en realidad se trataba de los familiares de los asesinos.
Lo realmente interesante es que ese es el poder de la ficción. Y entonces me di
cuenta de que algunos espectadores no podían diferenciar entre la víctima real
y alguien que hacía de víctima, aunque fuera la esposa o el hijo del propio
asesino. En cuanto a Anwar yo no soy él ni soy una psiquiatra, así que no puedo
saber lo que está sintiendo, pero creo que se empieza a arrepentir de lo que
hizo. Da la sensación como de que al principio aceptó hacer la película por las
razones obvias: hacerse famoso, salir en la tele… pero que poco a poco fue
reflexionando. Para serte sincera, no sé por qué aceptó tomar parte en la
película.
-Werner
Herzog figura en los títulos de crédito como productor ejecutivo. ¿Cuál fue su
papel en la película?
-Vio
una versión inacabada del film y le encantó. Nunca había visto algo así, estaba
muy interesado con lo que hacíamos con el documental como formato y decidió que
quería apoyarnos y convertirse en co-productor.