Ouka Leele es una de mis fotógrafas favoritas. Al pensar en ella, lo primero que me viene a la mente es la movida madrileña, por la multitud de portadas de discos que hizo para grupos de los ochenta. Sin embargo Ouka Leele, o Bárbara Allende, su nombre real, es mucho más que eso. En esta entrevista hablamos de su concepto de la fotografía, del arte, de la vida tras una grave enfermedad y, especialmente, del documental sobre ella realizado por Rafael Gordon
"En mí está todo el universo"
―¿Por qué te hiciste fotógrafa?
―No me considero fotógrafa sino artista que utiliza la fotografía entre otras técnicas o disciplinas. Me encontré la fotografía en mi camino del arte y me cautivó, siempre hui de ella pero parece que esta época en la que vivimos tiene la imagen fotográfica como lenguaje popular.
―¿Cómo pasaste a formar parte de la movida madrileña?
―No pasé a formar parte, la movida vino a formar parte de mí… Ahora en serio, la movida no era algo en lo que te alistabas, era algo que sucedía y no sé cómo llegó a tener un nombre, pues nadie se lo propuso, fue algo espontáneo. Estábamos ahí y pasó lo que pasó y se difuminó como se difuminó. No había ninguna pretensión. Fue una conjunción de gente joven muy creativa y trabajadora y había para todos los gustos, abanderados del más frívolo kitsch, místicos, trovadores, científicos del arte, naïfs, no sé… cada uno era como era. No podrías definir exactamente un estilo en común, sino una serie de individualidades.
―En esa época hiciste multitud de portadas de discos de grupos de rock (Los Burros, Los Ilegales, Danza Invisible, Peor Impossible, el homenaje a Poch). ¿Cómo surgieron estas portadas? ¿Fueron encargos o tenías relación con los músicos?
―Pues las dos cosas, tengo relación con algunos, con otros fue un encargo o una utilización de una imagen ya hecha.
―Has sobrevivido al cáncer. ¿Cómo influyó tu enfermedad en tu obra posterior?
―Las cosas influyen en mi vida y mi vida influye en mi obra. Si yo me transformo, mi obra se transforma. Y sí haber pasado tan joven por una enfermedad y rozar la posibilidad de morir tan pronto es una experiencia que te marca para siempre. Y para mí fue algo importante, una lección muy grande y muy pronto y eso fue bueno para mí. Me hizo valorar la vida, cada instante, cada segundo se llenó de una belleza y una luz increíble y preciosa, desapareció el tiempo, ni pasado, ni futuro, se abrió el presente a la eternidad. A veces lo olvido, pero está ahí como marca indeleble.
―¿Qué sientes al verte reflejada en la pantalla en el documental La mirada de Ouka Leele de Rafael Gordon.
―Yo aguanto poco el verme en imágenes, pero he visto muchas veces la película de Rafael Gordon y me gusta, es muy bella, muy sencilla y refleja de mí, eso del presente eterno, que da igual que estés mirando a una mariposa posarse en una ramita o pintando un inmenso mural o recogiendo la caca de los perros en la acera.
―¿Qué queda en ti de la Ouka Lele de los 80?
―Según los científicos nada, pues se supone que todas mis células son nuevas. Pero sigue en mí la pasión, el apuntarme a saraos artísticos en un santiamén. No sé, me cuesta hablar así, no sé qué decirte, yo estoy aquí, ahora mismo contestando tus preguntas y no me gusta pensar en pasados. Es decir, no puedo pensar en las personas como alguien de los 80 o de los 50 o de los 90 y menos quiero hacer eso conmigo.
―¿Es la misma persona Bárbara Allende y Ouka Leele?
―Sí, la diferencia es que Bárbara Allende Gil de Biedma es el nombre que viene de mis padres y Ouka Leele es más una marca, un nombre artístico, un nombre escogido por mí para mi vida artística. No hay dos personas en todo caso millones, en mí está todo el universo.
―La técnica por la que te hiciste famosa consistía en pintar las fotos a mano. ¿Cómo llegaste a esta técnica tan poco corriente? Y… ¿por qué la abandonaste?
―Ni llego, ni abandono. No programo las cosas. Pintar es una pasión, una necesidad, o al menos lo era, era una necesidad para vivir. No concebía estar sin hacer nada, hablando, en una reunión, siempre tenía que estar dibujando, me aburría estar sin usar mis manos, que son muy inquietas. Y cuando empecé con la fotografía que la hacía casi exclusivamente en blanco y negro, me puse a pintarlas, es muy largo de contar… Ahora ya no tengo tanta necesidad de estar pintando, de irme a otro mundo mientras estoy en éste, ahora puedo estar más horas en la vida “normal” sin ahogarme. Pero yo necesito silencio, silencio creador.
―En el documental dices algo así como que le pedías a tu editor que querías pintar. ¿Por qué no lo habías hecho antes, sobre todo tratándose de un arte tan barato? Después de pintar el gran mural de Ceutí (Murcia), ¿has vuelto a hacer más pinturas?
―Creo que nunca he dejado de pintar, nunca. Mis fotos llevan más horas de pintura que de toma, incluso las que ahora no pinto a mano las pinto en photoshop. A Ángel Pina le decía que quería pintar excluyendo a la fotografía, que para mí la fotografía pasaba a formar parte de una etapa pasada de mi vida. Que no podía más de encargos fotográficos y ¡zas! me ofrecen pintar un mega-mural. Otra vez en Arco expuse sólo dibujos y pinturas en tamaño pequeño y antes de la feria dije “si lo vendo todo me dedico a la pintura ya de una vez”. Todo esto fue una etapa en que mi hija era pequeñita y me era más fácil pintar y dibujar mientras estaba con ella que hacer fotos. Y entonces toda la pared llena de dibujos en Arco se vendió y tuvimos que volver a poner más dibujos y se volvió a vender todo. Y pensé “vaya, tendré que cumplir mi promesa”. Después lo del mural, cuando digo en voz alta que quiero pintar y dejar las fotos de lado, no sé… son señales muy claras. Y también el mural que da pie a una película. Pero… entonces van y me dan el Premio Nacional de Fotografía, me alegré por un lado pero por otro fue truncar mi avance hacia la pintura pura… Todo lo digital no me convencía y eso daba fuerza a mi alejamiento de la fotografía, pero ya lo digital tiene una calidad que me permite seguir con las fotos. Mi verdadero amor, mi verdadero camino, mi sueño o mi añoranza está en lo que yo pueda hacer sin tanto cable, me siento prisionera de los aparatos, quiero que mis manos y mi mente vuelen libres. El Premio Nacional me trajo una vorágine fotográfica que todavía no ha parado. Sueño con la pintura pero me dejo llevar por lo que la vida me va trayendo en cada momento. Mi necesidad de crear me lleva a escribir. El papel en blanco, los mundos invisibles que pueden surgir de él con el dibujo, el trazo o la palabra. La cámara de fotos es fascinante pero depende demasiado de la realidad.
En definitiva, quiero una obra fuera del tiempo.
(Gracias a Eduardo Chong por ayudarme a superar mi crisis de inspiración – Nota del entrevistador)