jueves, 11 de julio de 2013

Del desencanto a la crispación

Últimamente he visto un montón de documentales rodados durante la transición a la democracia en España. A las que vi (algunas por enésima vez) en el ciclo del festival DocumentaMadrid 2013 se suman varias de las programadas que me perdí y vi más tarde y otras que menciona la organizadora del ciclo, Laura G. Vaquero, en su libro gemelo al ciclo Las voces del cambio.





En esta serie de películas me di cuenta de que en un buen documental (español o de cualquier otra nacionalidad, de esta época o de cualquier otra) siempre hay una o dos ideas básicas, quizá no pretendidas conscientemente por los cineastas, pero que se imponen como interpretaciones principales de la obra de no ficción.



En segundo lugar, me llamó la atención descubrir que todas aludían a la Guerra Civil como origen de muchos de los males que acucian a la sociedad de ese tiempo.



Y en tercer lugar, también me sorprendió comprobar que la palabra "desencanto" aparece aplicada a la sensación general de la época en al menos tres de ellas: la película de Jaime Chávarri (1976) que lleva esa expresión por nombre, el largo documental en dos partes Después de... (Cecilia y José Juan Bartolomé, 1983) y Función de noche (Josefina Molina, 1981).



El que quizá sea el documental definitivo sobre esta época (Después de...) va más allá al sustituir la palabra "desencanto" por "crispación". Curiosamente, estas dos palabras reflejan también a la perfección la situación socio-política actual. "Desencanto" de los jóvenes de hoy en día al descubrir que seguimos gobernados por los mismos (ya el título de la segunda parte de la obra -Atado y bien atado- expresa este sentir) y "crispación" al ver toda posibilidad de transformación política cercenada por un sistema impermeable al cambio.





El desencanto tiene así un mensaje político plenamente pesimista, que, en palabras del propio Chávarri, se resume en "la indestructibilidad de la familia burguesa". Sin embargo, la misma película también podría tener una interpretación más positiva y es que la poesía crea algo donde no lo hay o, dicho de otro modo, que la palabra da sentido a la vida. Esto lo veo sobre todo en la sobrerromantización que de su propia vida hace Felicidad Blanc, al igual que el resto de los miembros de la familia, poetas o no, que al analizar el pasado de la familia de un modo desmitificador, al mismo tiempo lo están mitificando de alguna manera. Quizá Michi, el único hermano no poeta sea el que más cae en esta contradicción, pues a lo largo de la película no ceja de decir que no puede haber "desencanto" porque nunca había estado "encantado" mientras que, por otro lado, recuerda que tras la muerte de su padre no paraba de repetir a quien quisiera escucharle la muy romántica frase de "¡Éramos tan felices...!".



Pero creo que es en ¿Por qué perdimos la guerra? (Diego Santillán y Luis Galindo, 1978) y Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980) donde se nos da, por lados distintos, dos claves del germen de la Guerra Civil y, como consecuencia, de todo lo que vino después.



Rocío nos habla de una corriente fascista muy arraigada y ya presente en Andalucía mucho antes de la guerra, incluso se podría decir que está presente en la propia esencia de la feria del Rocío, expresión más pura del andalucismo. Esta obra nunca ha sido estrenada en su completud debido a la polémica y numerosas querellas que despertó, como si echara sal sobre viejas heridas que se creían cicatrizadas y que tal vez aún a día de hoy no lo estén. Este hecho y que el director no volviera en toda su vida a dirigir ninguna otra película confirman que éste estaba en lo cierto y lo terrorífico de la realidad que descubrió al realizar el documental, que quizá el propio director deseara no haber encontrado.




Por su parte, en ¿Por qué perdimos la guerra?, un documental muy complejo y polifónico, nos da la sensación de que su propio título revela una verdad oculta que no sé si era la que el director quería desvelar y que tal vez sale a la superficie de un modo subconsciente. Así, se nos hace implícitamente, tal vez inadvertidamente, partícipes de que la guerra la perdieron los republicanos por su propia desunión y la presencia en sus filas de derrotistas, quintacolumnistas, espías y vendidos, más que por el motivo al que quizá se refiera el cineasta en el título: la tardía e ineficaz ayuda a España de la Unión Soviética (a la que no convenía ayudar a este país por su pacto de no agresión con Alemania).





Añadido a 31/07/2013:

Veo una de los documentales de la época que me faltaban: Numax presenta... (Joaquim Jordà, 1980), así como su segunda parte, Veinte años no es nada (Joaquim Jordà, 2004), ambas notables desde el punto de vista fílmico. Y me sorprende, en primer lugar, encontrar un doble paralelismo con El desencanto: en primer lugar porque se trata de dos películas que tuvieron sus segundas partes unos veinte años después (la de la película de Chávarri fue Después de tantos años de Ricardo Franco, de 1994) y, en segundo, porque nos encontramos de nuevo con el concepto de "desencanto" como eje de las dos partes, en las que vemos cómo un grupo de trabajadores de la fábrica barcelonesa Numax se ven obligados a ocuparse de la gestión de esta ante el abandono de los patrones, producido por su baja rentabilidad debido a la crisis que coincidió con la Transición. A los trabajadores pronto les queda clara una cosa: que, si bien, mediante su estructura asamblearia y pese a multitud de problemas y disensiones internas, son capaces de llevar la fábrica, no son capaces de competir en un mercado en el que el resto de las empresas sigue con el sistema capitalista. La película es la constatación de un fracaso, pues fue realizada con el último dinero que le quedaba a la fábrica. Sin embargo, deja un buen sabor de boca porque los trabajadores se toman como un triunfo el haber aguantado dos años en el mercado de ese modo.




Veinte años no es nada es mucho más compleja que la primera, ya de por sí poliédrica, ya que incluye un factor que no estaba en la original: el personal. Por primera vez se les pregunta a los actores de la primera por sus vidas, antes, durante y después de Numax hasta el momento en que se rueda la segunda parte. Ahí es donde está el quiz de la cuestión, en primer lugar porque vemos que, si bien algunos de los actores siguieron vidas normales, en distintos trabajos, con distintas relaciones, muchos dedicados a la política (ahí es donde entra el desencanto de algnos), una de las ex trabajadoras de Numax siguió una vida anti-sistema, al límite y al margen de la ley, al dedicarse a atracar bancos junto a Juan Manzanos, que finalmente murió en la cárcel. Ahí la película adquiere otra dimensión. Pero volvamos a la primera parte: en ella aparecen los 80 trabajadores que aceptaron incentivos para no seguir en Numax como los malos de la película, aquellos "egoístas" que solo miraban por su bien y el de su familia. Uno de ellos incluso plantea su dilema ante las cámaras. Pero toda esta visión cambia cuando nos enteramos por la segunda parte de que muchos de los actores de la primera eran en realidad miembros de partidos, sindicatos e incluso organizaciones cristianas que entraron en la fábrica totalmente de incógnito y que sólo en la segunda parte descubren sus verdaderas personalidades. Si yo fuera uno de los trabajadores de Numax que me ganara el pan con ese trabajo, me sentiría muy enojado con esos infiltrados que no se jugaban su futuro y el de su familia, sino que estaban haciendo el papel de espías y agitadores con una agenda propia.

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