domingo, 31 de marzo de 2013

"Koroshi no rakuin", la violencia estilizada

Veo en la Filmo Koroshi no rakuin (Marcado para matar, 1967) de Seijun Suzuki, que me recuerda al cine de Sam Peckinpah, al de Quentin Tarantino y al de Takeshi Kitano por su estilización y estetización de la violencia. En un primer momento me llama la atención que imágenes tan fuertes como las que muestra esta película causen risa a miembros del público. Al principio pienso que se trata de risa histérica, pero compruebo que no. ¿Sería la intención del autor alcanzar situaciones cómicas? Tal vez, pero a mí, salvo alguna leve sonrisa, lo que me provoca la película es éxtasis por la belleza alcanzada por los movimientos de la cámara, los encuadres y el montaje, mezclado con tal vez un poco de culpabilidad por sentirme tan bien ante imágenes tan macabras y agresivas. Compruebo de nuevo que para mí lo fundamental en una película de ficción es que tenga un buen guión pero, una vez que esto se ha conseguido, lo que me hace considerar una obra como magistral, y este es el caso, es la planificación, la fotografía (a cargo de Kazue Nagatsuka) y, sobre todo, el montaje. Estos son los factores que hacen que una película pase, para mí, de merecer un cinco raspado a un nueve (el diez lo dejamos para obras que tocan una fibra sensible especial, imposible de definir). De hecho la violencia en Suzuki estaría más próxima a Tarantino que Peckinpah, pues este último carece del toque de humor que une a los otros dos y que logra un cierto distanciamiento por parte del público que evita que uno se sienta realmente mal al ver este tip ode película. De hecho, me dicen que hay numerosos guiños en el cine de Tarantino a esta película, en concreto en Kill Bill.


Había visto antes otra obra del autor, Kagenaki koe (1958), también de trama detectivesca, y aunque no me había impresionado tanto como esta en cuanto a argumento y calidad general, sí recuerdo que me había llamado mucho la atención, en la que utilizaba lo que Einsestein llamaba "montaje de atracciones", un tipo de montaje simbólico, alegórico, y en esta película Suzuki lo hace de nuevo, quizá sea una seña de identidad suya. También hay otro aspecto en el que parece adherirse a las teorías de los pioneros rusos, y es en el desligamiento, en ocasiones, entre la banda visual y la banda sonora. Así, cuando el espía denominado Number 1 captura a nuestro protagonista y lo lleva en su coche, oímos la conversación pero no el ruido del coche.

En general todo el montaje de la película (a cargo de Matsuo Tanji) es soberbio, pero destacaré el uso de cortinillas con pájaros, lluvia y mariposas sobrepuestas sobre el rostro del protagonista. Algo similar ocurre al final de la película en el ring de boxeo. También me ha encantado el uso del negativo en un momento, así como los fondos no realistas que se ven a través de las ventanillas cuando los personajes van en coche. En resumen, un montón de soluciones originales a situaciones que normalmente vemos resolver con las mismas respuestas estereotipadas.

El vestuario de la película también es otro punto a su favor, las gafas del sol del protagonista son de lo más cool, así como la elección de actores y actrices. Pesonalmente, para mí fue un descubrimiento la actriz que hace de Misako, con ese aspecto oscuro, siniestro, a la vez que quebradizo.

Pasamos a la fase de hermenéutica. ¿Qué quiere decir esta película, parodia de las de 007 al más puro estilo del cañí Anacleto pero a la japonesa? En mi opinión muestra la neurosis que asediaba al hombre de mediados del siglo XX, neurosis que hoy día se ve multiplicada por infinito. Nuestro protagonista, el Número 2 de los asesinos, nunca está quieto, siempre en peligro constante, en alerta constante, se sabe amenazado por todos lados, por numerosos enemigos, incluso por sus jefes, incluso por su esposa y, sobre todo, por el asesino Número 1, y tras acabar con todos ellos acaba también matando por error a la única persona que le quiso, Misako, que parece que también era espía pero que aceptó la tortura por él y que, vendada y con muletas, parece renunciar a su profesión para entregar su amor al protagonista, pero su nerviosismo acaba con ella y, por tanto, con la que podría ser su única salvación.

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