jueves, 13 de julio de 2017

Cuatro nombres para un nuevo paradigma

Nos pide el profe Jordi Costa que, para el curso Historia comprimida del cine de la Escuela de Escritores, hablemos sobre un cineasta que, en nuestra opinión, encarne el nuevo paradigma del séptimo arte, el del cine digital. Yo he decidido escribir no sobre uno, sino sobre cuatro realizadores o colectivos, tres españoles y uno argentino. Mi tesis es que esta nueva forma de expresión, más democrática y barata y que, al mismo tiempo, ofrece grandes oportunidades al autor, al poder trabajar con un equipo reducido, exige también unas nuevas relaciones morales y, sobre todo, laborales y jerárquicas. Estamos ante un cambio de paradigma similar al que se produjo por el paso del cine mudo al sonoro, que, como sabemos, supuso una grave crisis con efectos positivos y negativos. Sin duda, el abaratamiento de los equipos que trae consigo el digital, sobre todo por la ausencia de material sensible fotográfico y gastos de laboratorio, le permite a uno rodar con más libertad, pero no podemos pensar que vayamos a tener necesariamente éxito de público. Dicho de otro modo, es imposible competir con la industria ya consolidada y su aparato publicitario y creador de mitos y expectativas.


El colectivo Los Hijos mantiene una actitud de amor-odio con el cine digital, algo que expresa muy bien el doble carácter del nuevo soporte. Por un lado, hay que tener en cuenta que los documentalistas siempre han constituido el grupo de cineastas que trabajan de un modo más precario, pues sus películas no se exhiben normalmente en salas comerciales, así que, en principio, el cine digital les viene como anillo al dedo, porque les permite abaratar costes. Por otro lado, de toda la comunidad cinéfila son sabidas las diatribas y pataletas de este colectivo, porque esta misma precariedad (que les permite, no lo olvidemos, hacer cine) les condena al ostracismo y a no poder vivir de su cine. El último tantrum de estos enfants terribles del cine español ha sido un artículo, firmado por dos de los miembros del trío, Luis L. Carrasco y Javier Vázquez, en el que se quejan de que el cine vanguardista no les dé para vivir, refleja una gran decepción y cierta inocencia, ignoro si fingida o real. ¿Pero qué esperaban? Esto no es nada nuevo. Recordemos que un director de la talla de Miguel Picazo, era funcionario del ministerio de Cultura, y que Gonzalo Suárez ha gastado en sus películas más experimentales lo que ganaba haciendo informes para el Inter de Milán, por no hablar de que otros cineastas que han tenido una carrera más o menos libre, son, directamente, gente riquísima, como Pere Portabella, Basilio Martín Patino, Jaime Chávarri o Iván Zulueta. El resto se han limitado a hacer cine comercial o, dicho de otra forma, lo que sabían de antemano que iba a hacer dinero, sin experimentos ni ínfulas autorales o vanguardistas de ningún tipo.


Algo parecido, aunque se lo toma con mejor humor, le pasa a un director y guionista, en este caso de ficción, que ha sabido sacarle todo su jugo al digital, tirando de amigos y, por supuesto, sin pagar a nadie. Me refiero a Daniel Castro y su Ilusión (2013).


Un caso que no conozco tanto, pero que me da un poco de mala espina, es el de Juan Cavestany, sin duda uno de mis favoritos y alguien que creo que le ha sacado mucho jugo al digital, pero que me parece que se aprovecha un poco de que muchos amigos suyos, otrora actores cotizadas, están pasando horas bajas.


Por último, quisiera hablar del premiadísimo realizador argentino Raúl Perrone, uno de los cineastas que mejor haya llevado esta transición (bueno, para él no ha sido una transición, dado que siempre ha trabajado en video) y de los que más ha explotado las posibilidades expresivas del nuevo formato. Ya que ahora no hay que pagar por la película, se puede rodar todo lo que se quiera. Los actores y el equipo técnico trabajan gratis porque son los alumnos de su taller (también hay que decir que él no les cobra por la formación), la edición la hace él echándole horas. Un plan perfecto. ¿O no? La parte negativa es que para alguien preocupado esencialmente por la parte plástica del cine (recordemos que Perrone viene del mundo del dibujo), la postproducción es lo que más le ocupa. Según cuenta su amigo Patricio Carroggio, anteriormente trabajaba con Betacam y tenía que pedir por favor a una televisión local que le prestara sus equipos, con lo cual tenía que hacer su edición deprisa y sin mucha atención al detalle. Desde que puede editar en su propia casa con una computadora portátil, el propio Perrone dice que se está volviendo loco, pues hace una media de tres o cuatro largometrajes al año, con un total de 42 en su haber.

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