jueves, 28 de abril de 2016

Recuerdo: Mi segunda comunión

Un libro que leí y con el que me sentí muy identificado fue Angela's Ashes, del irlandés Frank McCourt. Me sentí identificado porque al protagonista sufre una serie de ataques de culpabilidad motivados por los curas que rigen su colegio de Primaria. Algo similar probablemente nos haya pasado a muchos en este país todavía ultracatólico llamado España.

A mí me enviaron al colegio de los Padres Franciscanos, que, aparentemente y por suerte, eran los más modernillos de todas las órdenes religiosas. Quizá por eso, en mi primera infancia no tuve un especial miedo motivado por un concepto de pecado inculcado por ellos. Cuando hice la primera comunión, el sacerdote que nos formó, el padre Louro, nos inculcó, más que religión, un humanismo que probablemente todavía conserve. Recuerdo que la confesión fue el día antes de la comunión y no la hicimos en un confesionario, sino en la sala de profesores de mi colegio. Fue, más que una confesión, una charla. ¿Qué pecados podía tener un niño como yo? No obedecer a mi madre, pelearme con mi hermano pequeño...

La cuestión es que el tiempo pasó y no me había vuelto a confesar, así que decidí hacer lo propio en mi parroquia. Esa fue mi segunda y última confesión. Tras preguntarme por mis pecados y yo contestarle más o menos lo mismo que la otra vez (¿qué pecados puede tener un niño de esa edad?), me dijo algo así como:

- Sí, eso todo ya nos lo sabemos, pero ¿tú te tocas?

No recuerdo lo que le contesté (el cerebro realmente puede ser selectivo en caso de shock) pero sí que decidí nunca volver a confesarme. Y así lo he hecho hasta el día de hoy. ¿Qué necesidad tenía yo de pasar de nuevo un mal rato similar?

Estos curas tienen la mente perversa y te la pervierten a ti. Igual hasta se la estaba meneado detrás del confesionario por debajo de la sotana. ¡Degenerados!

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